¡Oh bendita entre todas las mujeres, que vences en pureza a
los ángeles, que superas a los santos en piedad! Mi espíritu moribundo aspira a
una mirada de tu gran benignidad, pero se avergüenza al espectro de tan hermoso
brillo. ¡Oh Señora mía!, yo quisiera suplicarte que, por una mirada de tu
misericordia, curases las llagas y úlceras de mis pecados; pero estoy confuso
ante ti a causa de su infección y suciedad. Tengo vergüenza, ¡oh Señora mía!,
de mostrarme a Ti en mis impurezas tan horribles, por temor de que Tú a tu vez
tengas horror de mí a causa de ellas, y sin embargo, yo no puedo, desgraciado
de mí, ser visto sin ellas.
Y esa lágrima parece decir; ¡oh Madre mía! Decid qué deseáis; todo lo mío es también vuestro ¿Esta concedido; Jesús ha sido ganado! ¡Ha sido tocado en su punto flaco! Ahora pide; lo obtendrás todo, absolutamente todo lo que sea conforme a la gloria de Dios y no perjudique a tu salvación. ¿No es consoladora y confortante esa certeza de ser oído y esa seguridad de poder decir; yo puedo alcanzarlo todo de mi Divino Salvador y Él no me puede negar nada? Pruébalo, y experimentarás que no es ficción piadosa sino dulce realidad. En las penas, en las tentaciones, ve a Jesús con esta simple expresión: "Jesús, aquí tenéis a vuestra Madre!
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.