Oh Virgen Santísima, amparad y asistid a los que os
veneramos bajo el dulce título del Carmen y hacednos dignos de vuestras
promesas. Salvadnos y abridnos las puertas del cielo. Amén
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La
Virgen es la Madre que nos viste de la gracia, que toma bajo su protección
nuestra vida sobrenatural hasta asegurar
su florecimiento en la vida eterna. Ella, la toda limpia, llena de gracia desde
el primer instante de su Concepción, toma nuestras almas manchadas por el pecado,
y con gesto maternal las lava en la Sangre de Cristo, las reviste de la gracia
que, juntamente con Él, nos ha merecido. Podemos muy bien decir que el vestido
de la gracia ha sido tejido por las manos benditas de María, la cual, día tras
día, momento tras momento, se ha dado a sí misma entera, en unión con su Hijo,
por nuestra redención. La leyenda habla de la túnica inconsútil que la Virgen
tejió para Jesús; mas para nosotros –y es una realidad- ha hecho mucho más: ha
cooperado a procurarnos el vestido de nuestra salvación eterna, vestido de
bodas por el cual seremos introducidos en la sala del banquete celestial. ¡Cómo
quisiera Ella que este vestido fuese imperecedero! Desde el momento en que lo
hemos recibido, María no ha cesado jamás de seguirnos con su mirada maternal
para tutelar en nosotros la vida de la gracia. Cada una de nuestras
conversiones a Dios, cada levantarnos de la culpa –grande o pequeña-, cada progreso
en la gracia se efectúa siempre por la mediación de María. El escapulario que
la Virgen del Carmen nos ofrece no es más que el símbolo externo de esta su
asidua tarea maternal; símbolo, pero también prenda de salvación eterna.
“Recibe, hijo amadísimo –dijo la Virgen a San
Simón Stock-, este escapulario; quien muera
con él no parecerá el fuego eterno”
La Virgen asegura la gracia suprema de la
perseverancia final a todos los que llevan dignamente su Santo Escapulario
“Quien lleve el escapulario –ha dicho el Venerable Pío
XII-, hace profesión de pertenecer a Nuestra Señora”; precisamente en fuerza de
nuestra pertenencia a Ella, la Virgen se toma un cuidado especialísimo por nuestras
almas: lo que es suyo no puede perderse, no puede ser tocado por el fuego
eterno. Su poderosa intercesión maternal le da derecho a repetir a favor de sus
hijos las palabras de Jesús: “Padre Santo…, he guardado a aquellos que Tú me
diste, y ninguno de ellos ha perecido” (Jn. 17, 12).
Flor del Carmelo, Viña florecida, Esplendor del cielo,
Virgen singular; Madre bondadosa e intacta, otorga a tus Hijos tus privilegios,
¡oh Estrella del mar!
San Simón Stock
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