Si nuestro corazón, como el de María, está fuertemente
anclado en Dios, nada podrá arrancarlo de su actividad interior, que es buscar,
amar al Señor y vivir en su intimidad
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Santa Teresa del Niño Jesús, hablando de ciertos sermones
sobre la Virgen Santísima, decía que “se la presenta a la Virgen inaccesible,
habría que presentarla imitable”. Es verdad que María es inaccesible en los
altísimos privilegios que coronan su
maternidad divina, y es justo considerar tales privilegios para admirar,
contemplar y alabar las grandezas de nuestra Madre y para enamorarnos más de
Ella; pero al mismo tiempo hay que mirar a María en el cuadro concreto de su
vida terrena, ambiente humilde y sencillo, que no rompe las líneas de la vida
ordinaria común a toda madre de familia. No hay duda que bajo ese aspecto María
es verdaderamente imitable. Contemplar las grandezas de María, esforzarnos por
imitar sus virtudes, he aquí el programa de todo cristiano. Hemos de considerar
especialmente a María como modelo e ideal de las almas de vida interior. Nadie
ha comprendido mejor que Ella la profundidad de aquellas palabras de Jesús: “Sólo
una cosa es necesaria”, y nadie ha vivido como Ella su significado. Desde el
primer instante de su vida María fue toda de Dios y vivió únicamente para Dios;
recuérdense los años pasados a la sombra del Templo en el silencio y en la
oración; los meses transcurridos en Nazaret íntimamente recogida, en oración
continua al Verbo eterno encarnado en su seno; los treinta años vividos en
dulce intimidad con Jesús, su Hijo y su Dios; más tarde la vida apostólica de
Jesús, su Pasión, donde María, participó plenamente y, finalmente, los años
pasados junto a Juan, cuando María, con su oración escondida, era el sostén de
la Iglesia que nacía. Aunque cambie el fondo que ambienta sus pasos y su
actividad, aunque cambien las circunstancias externas que rodean su existencia,
la vida de María sigue inmutable en su sustancia, en la búsqueda íntima y
silenciosa de lo “único necesario”, en la unión con Dios solo. El sucederse de
los acontecimientos, o su misma actividad exterior no le impiden vivir siempre en
esta actitud de continua oración, en que nos la presenta hermosamente San
Lucas. “María guardaba todo esto –los misterios del Niños Dios- y lo meditaba
en su corazón” (2, 19 y 51).
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