Con la cita anterior, queda
resumida toda la conveniencia de la Asunción con aquellos privilegios por los
que María colabora con Cristo en el cielo. Para poder ejercer juntamente con Él
la Mediación de todas las gracias, la Maternidad espiritual sobre las almas,
la Realeza sobre todas las creaturas, la intercesión por todos los pecadores, era
necesario que la Santísima Virgen se encontrara junto a Cristo en el cielo
igual que Cristo mismo, esto es, plenamente glorificada en su cuerpo y en su
alma, con la sola diferencia indicada al principio: que dicha gloria Cristo la
tiene como sol, esto es, como propia, mientras que la Virgen la tiene como
luna, esto es, como recibida de Cristo.
«San Bernardino de Siena, resumiendo todo lo que habían dicho los teólogos de la Edad Media, afirma que la semejanza de la divina Madre con el Hijo divino, en cuanto a la nobleza y dignidad del alma y del cuerpo –porque no se puede pensar que la celeste Reina esté separada del Rey de los cielos–, exige abiertamente que María no debe estar sino donde está Cristo; además, es razonable y conveniente que se encuentren ya glorificados en el cielo tanto el alma como el cuerpo, lo mismo del Hombre que de la Mujer»
(Pío XII, en la Bula Munificentissimus Deus)
Podríamos decir, para concluir,
que la glorificación de la Santísima Virgen es día de alegría, no sólo para
Ella, que por fin alcanza la visión cara a cara de su Hijo como Dios y como
hombre glorificado, sino para todos nosotros. En efecto, con la Asunción de
María, como bien nos recuerda la liturgia de esta fiesta, el Señor hace entrar
a María en su providencia, y nos entrega en Ella a una solícita Madre y a una
diligente Reina, que por su gloria tiene un conocimiento cabal de todas
nuestras necesidades, y el poder necesario para remediarlas. No hay, pues,
pecado, ni miseria, ni adversidad, para la que no tengamos remedio en nuestra
Madre, Reina y Abogada ya glorificada, y glorificada en parte a favor nuestro. ¿Quién es ésta que surge cual la aurora,
bella como la luna, refulgente como el sol? Además, tenemos en la
glorificación y Asunción de María el primer cumplimiento de la promesa de
Nuestro Señor de glorificarnos a todos nosotros. Como anticipo que nos muestra
la veracidad de la palabra de Cristo, de resucitarnos en el último día, Nuestro
Señor nos presenta a la Virgen a modo de prenda de nuestra futura gloria.
Allí donde está la Madre, allí han de estar también un día los hijos.
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