Y esa lágrima parece decir; ¡oh Madre mía! Decid qué deseáis; todo lo mío es también vuestro ¿Esta concedido; Jesús ha sido ganado! ¡Ha sido tocado en su punto flaco! Ahora pide; lo obtendrás todo, absolutamente todo lo que sea conforme a la gloria de Dios y no perjudique a tu salvación. ¿No es consoladora y confortante esa certeza de ser oído y esa seguridad de poder decir; yo puedo alcanzarlo todo de mi Divino Salvador y Él no me puede negar nada? Pruébalo, y experimentarás que no es ficción piadosa sino dulce realidad. En las penas, en las tentaciones, ve a Jesús con esta simple expresión: "Jesús, aquí tenéis a vuestra Madre!

sábado, 9 de mayo de 2020

MES DE MAYO, MES DE MARÍA


María, Virgo praedicanda, Virgen digna de alabanza.- María es llamada Virgo praedicanda, es decir, Virgen digna de alabanza, anunciada, y, más literalmente predicada.

Estamos acostumbrados a que se proclame universalmente todo lo que es maravilloso, extraño, raro, nuevo e importante. Así, San Juan Bautista predicó a Nuestro Señor cuando iba a aparecer; después de la Ascensión, los Apóstoles se esparcieron por el mundo y predicaron a Cristo. ¿Cuál es la más alta, la más rara y la más excelente prerrogativa de María? Es el haber estado libre de pecado. Cuando una mujer de la multitud, dirigiéndose a Nuestro Señor, exclamó: “Bienaventurado el seno que te ha llevado”, le respondió: “Bienaventurados más bien aquellos que oyen la palabras de Dios y la guardan” Estas palabras se realizaron en María, Ella fue colmada de gracia, para ser Madre de Dios. Pero el ser tan Pura y tan Santa fue un don todavía más grande que el de su maternidad. A la verdad, Nuestro Señor no hubiera sido su Hijo, si antes no la hubiese santificado, y su mayor prerrogativa fue esta perfecta santificación.

He aquí por qué es llamada Virgo praedicanda. Merece ser universalmente predicada, porque jamás cometió pecado alguno, ni aún el más pequeño, porque el pecado no tuvo parte alguna en Ella; porque, por la plenitud de la gracia de Dios, jamás tuvo un pensamiento, ni pronunció palabra, ni hizo acción alguna que fuese desagradable, mejor dicho, que no fuese la más agradable a Dios Todopoderoso; porque en Ella apareció de una manera brillante el mayor triunfo reportado sobre el enemigo de las almas. Por eso, cuando todo parecía perdido, Nuestro Señor, a fin de manifestar lo que podía hacer por todos nosotros muriendo por nosotros; a fin de mostrar a qué grado de excelencia podía llegar su obra, la naturaleza humana; a fin de hacer brillar su Omnipotencia, reduciendo a la nada los supremos esfuerzos y la malicia más concentrada del enemigo y revocando todas las consecuencias de la caída, Nuestro Señor, aun antes de su venida a este mundo, comenzó a realizar su obra más admirable de redención en la persona de Aquella, que había de ser su Madre. Por los Méritos de su Sangre, que había de ser derramada, aun antes de hacer la reparación por el pecado de Adán sobre la Cruz, se interpuso para impedir que María fuese alcanzada por la mancha de este pecado. He aquí por qué predicamos a la que fue objeto de esta gracia maravillosa.

Pero también es llamada Virgo praedicanda por otra razón. ¿Cuándo predicamos? ¿por qué predicamos? ¿qué predicamos? Predicamos lo que no es conocido, para que sea conocido. Por esta causa, se dice en la Escritura que los Apóstoles predicaron a Cristo. ¿A quiénes? A los que no le conocían, al mundo pagano. No a los que le conocían, sino a los que no tenían noticia de Él. Predicar es un trabajo gradual: se predica una cosa, una lección, después otra. Así, los paganos fueron conducidos gradualmente a la Iglesia. De la misma manera, la predicación de María a los cristianos y la devoción que éstos le profesan han ido creciendo gradualmente con el transcurso de los siglos. María no fue predicada en las primeras edades como en las edades más cercanas a nosotros. Primero fue predicada como Virgen de las vírgenes; después, como Madre de Dios; después, como Gloriosa en su Asunción y como Abogada de los pecadores; finalmente, como Inmaculada en su Concepción. Y esta última predicación ha sido la peculiar de nuestro siglo, de suerte que lo que fue lo primero en su propia historia, ha sido lo último en la confesión de sus grandezas hecha por la Iglesia.

John Henry, Cardenal, Newman



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