María, Virgo Purísima, Virgen Purísima.- Por Inmaculada Concepción
de la Bienaventurada Virgen María, hemos de entender esta verdad revelada, a
saber, que María fue concebida en el seno de su madre, Santa Ana, sin mancha de
pecado original.
Después de la caída de Adán,
toda la humanidad, su descendencia, ha sido concebida y ha nacido en pecado. “He
aquí, dice el inspirado autor del salmo Miserere, que he sido concebido en la
iniquidad y que mi madre me ha engendrado en el pecado” Este pecado, que alcanza
a cada uno de nosotros y que es nuestro desde el primer momento de nuestra
existencia, es el pecado de infidelidad y de desobediencia, por el cual Adán
perdió el paraíso. Como hijos de Adán, somos herederos de las consecuencias de
su pecado, y hemos perdido, en él, aquella vestidura espiritual de gracia y de
santidad, que había recibido de su Creador al recibir la vida. Todos hemos sido
concebidos y nacemos en este estado de caídos y desheredados, y el sacramento
del Bautismo es, ordinariamente, el medio por el cual somos sacados de él.
María nunca vivió en este
estado; fue exceptuada de él por un decreto eterno de Dios. Desde toda la
eternidad, Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, había resuelto crear la raza
humana, y, previendo la caída de Adán, había decretado, al mismo tiempo,
rescatar toda su posteridad, la humanidad entera, por la encarnación del Hijo y
sus sufrimientos en la Cruz. En este mismo instante eterno, incomprensible, en
que el Hijo de Dios nacía del Padre, el decreto de la Redención del hombre por
Él, también estaba dado. Según este eterno decreto, el que había nacido desde
toda la eternidad nació en el tiempo para salvarnos, y la redención de María
fue entonces resuelta de esta manera especial, que llamamos Inmaculada
Concepción. Se decretó, no que fuese purificada, sino preservada del pecado,
desde el primer instante de su existencia, de tal suerte que el maligno no
tuviese en Ella cosa alguna que le perteneciese. Fue, pues, hija de Adán y de
Eva de la manera que lo hubiera sido si éstos no hubiesen pecado. No tuvo parte
en su falta y heredó, pero en una medida muy superior, todos los dones y todas
las gracias, que Adán y Eva inocentes poseían en el paraíso. Tal es su
prerrogativa, y tal es el fundamento de todas estas saludables verdades, que, a
este propósito nos han sido reveladas. Digamos, pues, con todas las almas
santas: Virgen Purísima, Concebida sin pecado original, ¡oh María!, rogad por
nosotros.
John Henry,
Cardenal, Newman
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