Dos conversiones logradas por la imagen de la Inmaculada
A una de las residencias de
nuestra humilde Congregación en este reino, vino una mujer a decir a uno de
nuestros padres que su marido hacía muchos años que no se confesaba, y que la
pobre no sabía qué hacer para convencerlo, porque en hablándole de confesión la
apaleaba. El padre le dijo que le diera una imagen de María Inmaculada. Al caer
la tarde, la mujer de nuevo le rogó al marido que se confesara, y como no le
hacía caso, le dio la estampa de la Virgen. Y apenas la recibió le dijo: Bueno
¿cuándo quieres que me confiese? Estoy pronto. La mujer se puso a llorar de
alegría al ver cambio tan repentino. Llegada la mañana fue con su marido a
nuestra iglesia. Al preguntarle el padre cuánto tiempo hacía que no se
confesaba, le respondió que hacía veinte años. “Y ¿qué le movió a venir a
confesar?”, le dijo el padre. “Yo estaba obstinado –le respondió– pero ayer me
dio mi mujer una estampa de nuestra Señora y al instante sentí cambiado el
corazón, tanto que cada momento me parecía mil años esperando que se hiciera el
día para poder venir a confesarme”. Se confesó con gran dolor, cambió de vida y
continuó durante mucho tiempo confesándose con el mismo padre.
En otro lugar de la diócesis
de Salerno, mientras dábamos la santa misión, había un hombre muy enemistado
con otro que le había ofendido. Uno de nuestros padres le habló del perdón de
las injurias, pero él le respondió: “Padre ¿me ha visto en la misión? No; y es
por esto. Ya comprendo que estoy condenado, pero no hay remedio, me tengo que
vengar”. El padre se esforzó por convertirlo, pero viendo que perdía el tiempo
le dijo: “Recíbame esta estampa de nuestra Señora”. “Y ¿para qué quiero esta
estampa?”, le respondió; sin embargo, la aceptó. Y al punto, olvidando sus
rencores accedió gustoso a lo que el padre le pedía. “Padre ¿quiere que perdone
a mi enemigo? Estoy pronto a realizarlo”. Y se aplazó la reconciliación para la
mañana siguiente. Mas llegada la mañana había cambiado de propósito y no quería
ni oír hablar de reconciliación. El padre le volvió a ofrecer otra estampa de
la Virgen. Por nada la quería recibir. Por fin, de mala gana, la recibió. Y
apenas la tuvo en la mano dijo: “Se acabó ¿dónde está el notario?” Se hizo la
reconciliación y se confesó.
"Las Glorias de María"
San Alfonso María de Ligorio
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