¡Oh Virgen del Carmen María
Santísima!, que para defender a los Carmelitas, tus hijos, cuando se intentaba
extinguir la sagrada Religión del Carmen, mostrando siempre el amor y singular
predilección con que los amparas, mandaste al Sumo Pontífice, Honorio III, los
recibiese benignamente y confirmase su instituto, dándole por señal de que esta
era tu voluntad y la de tu Divino Hijo, la repentina muerte de dos que
especialmente la contradecían. Te ruego, Señora, me defiendas de todos mis
enemigos de alma y cuerpo, para que con quietud y paz viva siempre en el santo
servicio de Dios y tuyo. Así, Señora, te lo suplico humildemente, diciendo:
Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia…
Y esa lágrima parece decir; ¡oh Madre mía! Decid qué deseáis; todo lo mío es también vuestro ¿Esta concedido; Jesús ha sido ganado! ¡Ha sido tocado en su punto flaco! Ahora pide; lo obtendrás todo, absolutamente todo lo que sea conforme a la gloria de Dios y no perjudique a tu salvación. ¿No es consoladora y confortante esa certeza de ser oído y esa seguridad de poder decir; yo puedo alcanzarlo todo de mi Divino Salvador y Él no me puede negar nada? Pruébalo, y experimentarás que no es ficción piadosa sino dulce realidad. En las penas, en las tentaciones, ve a Jesús con esta simple expresión: "Jesús, aquí tenéis a vuestra Madre!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.