Penetra en la más profunda de esa intimidad divina entre María y su Hijo y aprende |
Considera esta vida bajo dos aspectos:
uno interior y otro exterior. Bajo el aspecto interior, la vida de María es de
una absoluta compenetración con su Hijo. Madre e Hijo no vivían una vida
semejante, sino una misma vida, una sola vida. No se puede concebir mayor
dependencia que la de Jesús en el seno purísimo de María. De Ella recibirá toda
su vida, de Ella dependía toda su vida. ¡Qué misterio! ¡Dios depende de una
criatura!
Penetra en la más profunda de
esa intimidad divina entre María y su Hijo y aprende: recogimiento con el que
María reconcentraba en Jesús sin cesar todo su ser; fervor y amor, con Él vivía
únicamente para Jesús. Ella veía más con los ojos de su Hijo que con los suyos
propios, amaba con el corazón de su Hijo y todos sus gustos eran dárselos a Él.
¡Que amor no sentiría tan puro hacia el Dios que encerraba en su seno! Vida de
gozo y alegría inexplicable, porque todas las cosas divinas son gozosas y
producen la dicha y felicidad, pero mucho más la posesión de Dios, como la
tenían entonces María; no tenía que enviar para nada la gloria de los bienaventurados
del Cielo.
En fin, una vida de deseo y de
ansia infinita, con las que sin cesar estaría en oración, haciendo violencia a
Dios, para que acelerará cuanto antes la hora de revelarse al mundo. La hora de
la Redención, esto sobre todo, es lo que más caracteriza este momento de la
vida de María. ¡Qué dulce es pensar que en virtud de esta sublime y fervorosa
oración, el Padre Eterno adelantó la hora de la Redención del mundo y nos envió
a su mismo Hijo a salvarnos!
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