Cuántas veces el mérito nuestro se evapora, porque le destapamos delante de los demás y no sabemos guardar nuestras cosas solo para Dios |
¡Qué
admirable es la Virgen en todo! con una vida interior tan intensa y tan divina
como llevaba entonces, no dejaba traslucir nada al exterior. Exteriormente una dulce
calma, una simpática sencillez, una muy amable serenidad. Nadie sospechaba lo
que pasaba por su interior, nadie, ni siquiera San José. ¡Qué santa avaricia la
de María!, ¡cómo guarda para sí el tesoro y no le confía a nadie! Ni la
ambición, ni la soberbia, ni el amor propio, ni el deseo de alabanzas, la
lanzan a comunicar a nadie su secreto, ni a darse importancia delante de los
demás, creyéndose superior a todos, aunque en verdad lo era. ¡Qué humildad más
práctica! ¡Qué sencillez tan preciosa! Cuántas veces el mérito nuestro se
evapora, porque le destapamos delante de los demás y no sabemos guardar
nuestras cosas solo para Dios, o al menos peligra, porque imprudentemente las exponemos a los ojos de los hombres, buscando más o menos
directamente alguna alabanza, alguna estima de ellos.
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