Madre e Hijo parece no se hartan de contemplarse mutuamente y esta mirada de María, es consuelo y alegría para Jesús, y la mirada de Jesús es aumento de gracia y santidad para María |
Si el olvido y el abandono y
el desprecio fue el modo cómo los suyos recibieron a Jesús, contempla ahora a
María, penetra en el interior de la cueva y mira con santa curiosidad todo lo
que allí pasa. Iluminada por el Espíritu Santo, ha comprendido María que el
momento del Nacimiento de su Hijo ha llegado y, naturalmente, aunque cansada
del penoso y largo viaje, no quiere descansar.
Ahora más que nunca, se
entrega a fervorosa oración. Sus ardientes anhelos y fervorosos suspiros, hacen
una violencia irresistible al corazón de Dios. Se deja vencer por la oración de
María y cuando esta ha llegado al grado más elevado de aquel éxtasis de amor,
el Espíritu Santo hace de repente, de un modo milagroso, al abrir María sus
ojos, se encuentre entre los pliegues de su manto, blanco como un copo de
nieve, bello más que los ángeles, al Hijo de Dios e Hijo suyo. María Virgen
antes del parto, es virgen sin mancilla en el parto, como el rayo del sol sale
por un cristal, sin romperlo y sin mancharlo, así nació el Hijo de María.
Acércate mucho, sin miedo
alguno y contempla aquella escena. Jesús va a recibir la primera adoración y
con ella las primeras caricias de una Madre. María adora a su Dios allí vivo,
real y físicamente presente pero como Madre, se cree con derecho a tomar a
aquel Niño y estampar en sus mejillas delicadas sus primeros besos. ¡Qué besos
más ardientes! ¡Qué abrazos más efusivos! ¡Qué caricias más tiernas! Excita tu
imaginación, que todo será nada, para pintar esta escena. Jesús no siente la
pobreza del establo, ni el frío de la noche, porque lo primero que han visto
sus ojos al abrirlos a la luz de este mundo, ha sido el rostro de su Madre.
Recuerda el encanto de un niño pequeño cuando sonríe al contemplar algo
agradable para sus ojuelos y piensa cómo sería la sonrisa de Jesús al ver a su
Madre tan pura, tan bella, tan hermosa.
Madre e Hijo parece no se
hartan de contemplarse mutuamente y esta mirada de María, es consuelo y alegría
para Jesús, y la mirada de Jesús es aumento de gracia y santidad para María.
Con qué respeto y devoción y al mismo tiempo ternura y delicadeza iría la
Santísima Virgen envolviendo aquel cuerpecito de si Hijo en los blancos y
pobres pañales, y con qué dolor y pena tan profundos, le colocaría en las pajas
del pesebre. Ella fue la primera que meditó en esta verdad que tenía delante de
sus ojos. ¡Dios en un pesebre! ¡Dios abrazado con la pobreza tan estrechamente,
que ni casa ni habitación tiene para nacer! ¡Qué será la pobreza cuando así
aparece inseparablemente unida al Hijo de Dios! Pide a María que te la de a
conocer, para que ames esta virtud.
Les deseamos, con todo afecto, a los
amigos y lectores unas Santas Fiestas de Navidad. Pedimos al Niño Dios por
todas sus necesidades espirituales y temporales.
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