¡Oh Virgen Dolorosa!, concédeme que así como Tú, por tus
dolores, recibes gran gloria en el cielo y triunfas allí como Reina gloriosa de
los mártires, así yo también, después de una vida mortificada con Cristo,
merezca vivir eternamente en la gloria, dichoso con Cristo. Concédeme, ¡oh
Reina de los mártires!, vivir en la Cruz con paciencia, morir en la Cruz con
esperanza y reinar por la Cruz con gloria. Así sea.
Y esa lágrima parece decir; ¡oh Madre mía! Decid qué deseáis; todo lo mío es también vuestro ¿Esta concedido; Jesús ha sido ganado! ¡Ha sido tocado en su punto flaco! Ahora pide; lo obtendrás todo, absolutamente todo lo que sea conforme a la gloria de Dios y no perjudique a tu salvación. ¿No es consoladora y confortante esa certeza de ser oído y esa seguridad de poder decir; yo puedo alcanzarlo todo de mi Divino Salvador y Él no me puede negar nada? Pruébalo, y experimentarás que no es ficción piadosa sino dulce realidad. En las penas, en las tentaciones, ve a Jesús con esta simple expresión: "Jesús, aquí tenéis a vuestra Madre!
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