Muy felices son los devotos de esta Madre Clementísima,
porque, además de socorrerlos en esta vida, los asiste y consuela en el
purgatorio, y aun allí con más amor y misericordia, por la mayor necesidad en
que ve aquellas almas, sin poderse aliviar a si mismas ninguna parte del rigor
de sus penas.
Dice San Bernardino de Sena que en aquella cárcel donde penan las esposas de
Jesucristo tiene María dominio y jurisdicción especial para darles alivio y
también para sacarlas. Sobre aquellas palabras del Eclesiástico (24, 8):
Me paseé sobre las olas del mar, dice el mismo Santo: Olas se llaman las penas
del purgatorio, porque pasan, a diferencia de las del infierno, que nunca
pasarán; y se llaman olas del mar, o de amargura, porque realmente son muy
amargas. Pero en medio de ellas son muchas veces confortados y recreados por la
Virgen Santísima sus devotos afligidos. Por donde se podrá conocer cuánto nos
importa tenerle devoción durante la vida, pues, aunque socorre a todos los que
allí sufren, siempre los más allegados participan más del sufragio y alivio.
Dijo una vez a Santa Brígida la misma Señora:
«Yo, como Madre, cuidado he de los que padecen en el purgatorio,
aliviándoles de hora en hora sus penas.» Ni aun tiene a menos visitar algunas
veces personalmente aquella prisión de justos, llevándoles siempre algún alivio
y consuelo, según aquello del Eclesiástico: Yo penetré en lo profundo del
abismo.
¿Qué otro mejor consuelo podrán allí tener sino
esta Madre de misericordia? Al modo que un enfermo postrado en la cama y
abandonado de todo el mundo, si oye una palabra de esperanza y mejora, se
alienta y recrea, así sólo con oír ellas vuestro dulcísimo nombre, se confortan
y regocijan, y por eso no cesan de llamaros, y Vos, como Madre amorosa, cada
vez que los escucháis unís a sus clamores vuestros ruegos eficacísimos, los
cuales les sirven como de rocío refrigerante con que se mitigan sus vivísimos
ardores.
Pero, además de aliviarlas y consolarlas, Ella, por
su mano, les suelta las prisiones y las saca libres de aquel lugar de
tormentos.
Desde el día de su triunfante Asunción a los Cielos, en que dejó aquella cárcel
vacía, como escriben respetables autores, quedó en posesión de libertar a todos
sus siervos, rogando por todos y aplicándoles sus altísimos merecimientos, con
que se les aligera la pena y se les abrevia el tiempo de padecer.
Refiere San Pedro Damián que una mujer difunta, llamada
Marozia, se apareció a una amiga suya, y le dijo que el día de la Asunción de
la Virgen la sacó esta Señora del purgatorio con las demás almas detenidas en
él, cuyo número sobrepujaba al de todos los habitantes del pueblo romano; y San
Dionisio Cartujano dice que en las fiestas de su Natividad y de la Resurrección
baja la divina Señora, acompañada de la celestial milicia, y saca muchísimas de
aquellas almas; y se puede creer que ésta es gracia que hace en todas sus
festividades.
Bien sabido es lo que prometió la misma Virgen al Papa
Juan XXII apareciéndosele, mandó decir a todos los que llevasen su
escapulario del Carmen que el sábado inmediato al de la muerte de cada uno
saldrían libres de las penas del purgatorio.
Y así lo declaró el mismo Sumo Pontífice en la bula que a este fin expidió,
confirmada por sus sucesores Alejandro V, Clemente VIl, Pio V, Gregorio XIII y
Paulo V, el cual, en una suya, dada el año 1612, dice; «Que el pueblo cristiano
puede piadosamente creer que la Santísima Virgen, con su continua intercesión,
méritos y protección especial, ayudará después de la muerte, y principalmente
el día de sábado (que la Iglesia le consagra), las almas de los hermanos de las
Cofradías del Carmen que hayan salido de este mundo en gracia de Dios, habiendo
vestido su escapulario, guardado castidad, conforme al estado de cada uno y
rezado el Oficio Parvo de la misma Virgen, o que, de no haber podido, hayan
observado, a lo menos los ayunos de la Iglesia, y abstenidos los miércoles de
comer carne, menos el día de Navidad.»
Y en el Oficio de la misma fiesta del Carmen decimos que
según la piadosa creencia de los fieles, la Virgen, con afecto de Madre,
consuela y saca muy pronto de aquella penosa cárcel a los que estuvieron
agregados a su Cofradía.
¿Por qué también nosotros no hemos de esperar este mismo
favor, si le somos devotos?
¿Por qué?, si la servimos con amor filial, no creeremos que, acabando de morir,
lleve nuestras almas al Cielo, sin pasar por el purgatorio, como lo prometió al
Beato Godofredo, mandándole decir, por un religioso, llamado Fray Abundio: «Di
a Godofredo que se adelante en la virtud y sea muy siervo mío y de mi querido
Hijo, y cuando su alma salga del cuerpo, no la dejaré que pase por las penas
del purgatorio.»
Finalmente, por lo que hace a los sufragios, si deseamos aliviarla, pidamos a
nuestra Señora por ellas en todas nuestras oraciones, ofreciendo siempre por su
alivio y descanso el santo Rosario, que les sirve grandemente, como veremos en
el ejemplo que vamos a referir.
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