¡Madre Santa de mi Dios, que sienta yo los latidos de tu
Corazón que latió siempre al unísono con el Corazón Divino!
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La Maternidad Divina es la fuente de todos los
privilegios de María; si María es la Hija amada del Padre, que la preservó del
pecado original, si es la Esposa del Espíritu Santo, que la cubrió con su
virtud, es precisamente porque ha sido predestinada a ser Madre del Verbo
Encarnado. Todas las grandezas, todas las glorias de María se comprenden a la
vista de su Maternidad Divina; más aún, su misma existencia se explica en
virtud de su predestinación a tan alta misión. Si Dios no hubiese decretado que
su Hijo se Encarnase en el seno de una virgen, no hubiéramos poseído ese
prodigio de gracia y amabilidad que es María Santísima, no habríamos
contemplado su sonrisa maternal, no habríamos sentido sus ternuras de Madre de
Dios, porque es Madre de Jesús; y al amarla con esta referencia a Dios,
necesariamente nuestra devoción a la Virgen hace más profundo, más delicado
nuestro amor a Dios, nuestro amor a Jesús: Mater Dei, Mater Creatoris: Madre de
Dios, Madre del Creador, decimos en las letanías: dos títulos que parecen
contradecirse en sus propios términos, y que, sin embargo, sintetizan una realidad inmensa, porque
María, no obstante ser una Pura criatura, es verdadera Madre de su Creador,
Madre del Hijo de Dios, a quien ha dado un cuerpo humano, fruto de sus entrañas
y de su sangre. A la vista de este misterio enorme se ve cómo la dignidad de
María toca los umbrales del infinito. “Dios puede hacer un mundo más grande, un
cielo más inmenso, pero no puede hacer una criatura más sublime que María,
porque ser Madre de Dios es la dignidad más excelsa que se puede conceder a una
simple criatura” (San Buenaventura).
A los que se extrañan cómo es posible que el Evangelio
nos haya dicho tan pocas cosas de María, les pregunta Santo Tomás de
Villanueva: “¿Qué más quieres? Te basta saber que es Madre de Dios. Fue
suficiente decir de Ella estas palabras: “de qua natus est Jesus: de la cual
nació Jesús”
Sí, ¡oh María!, para enamorarme de Ti sólo necesito saber que eres Madre de Dios
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