No quiero que nadie me aventaje en honrarte y amarte, mi amable Reina |
¡Madre de Dios y Señora mía, María! Como se presenta a
una gran reina un pobre andrajoso y llagado, así me presento a Ti, ¡Reina de
cielo y tierra! Desde tu trono elevado dígnate volver los ojos a mí, pobre
pecador. Dios te ha hecho tan rica para que puedas socorrer a los pobres, y te
ha constituido Reina de Misericordia para que puedas aliviar a los miserables.
Mírame y ten compasión de mí. Mírame y no me dejes; cámbiame de pecador en
santo. Veo que nada merezco y por mi ingratitud debiera verme privado de todas
las gracias que por tu medio he recibido del Señor. Pero Tú, que eres Reina de
Misericordia, no andas buscando méritos, sino miserias y necesidades que
socorrer. ¿Y quién más pobre y necesitado que yo?
¡Virgen excelsa!, ya sé que Tú, siendo la reina del
universo, eres también la Reina mía. Por eso, de manera muy especial, me quiero
dedicar a tu servicio, para que dispongas de mí como te agrade. Te diré con san
Buenaventura: Señora, me pongo bajo tu servicio para que del todo me moldees y
dirijas. No me abandones a mí mismo; gobiérname Tú, ¡reina mía! Mándame a tu
arbitrio y corrígeme si no te obedeciera, porque serán para mí muy saludables
los avisos que vengan de tu mano. Estimo en más ser tu siervo que ser el dueño
de toda la tierra. ”Tuus sum ego, salvum me fac” (Sal 118, 94). Acéptame por
tuyo y líbrame. No quiero ser mío; a Ti me entrego. Y si en lo pasado te serví
mal, perdiendo tan bellas ocasiones de honrarte, en adelante quiero unirme a
tus siervos los más amantes y más fieles. No quiero que nadie me aventaje en
honrarte y amarte, mi amable Reina. Así lo prometo y, con tu ayuda, así espero
cumplirlo. Amén. Así sea.
Del libro "Las Glorias de María",
de San Alfonso Mª de Ligorio
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