“Oye, Hija, mira y tiende tu oído y olvida tu pueblo y tu casa paterna” (Sal. 44, 11) |
Aunque la Sagrada Escritura no dice nada acerca de la
Presentación de María Santísima en el
Templo, este hecho está autorizadamente fundado en la Tradición
Cristiana más antigua y la Iglesia lo ha reconocido de modo oficial haciéndole objeto de una particular fiesta
mariana. La Virgen Niña, que, en tiernísima edad, deja casa y padres para ir a
servir a la sombra del Templo, nos habla de desasimiento, de separación del
mundo, de entrega completa al Señor; nos habla de consagración virginal al
Altísimo. Después de Ella, innumerables almas vírgenes se presentarán al Templo
para ofrecerse a Dios, pero ninguna ofrenda será tan pura, tan total y tan
acepta como la de María.
La Virgen es verdaderamente la Hija privilegiada entre
todas las criaturas, que desde los primeros instantes de su existencia ha
escuchado la gran llamada: “Oye, Hija, mira y tiende tu oído y olvida tu pueblo
y tu casa paterna” (Sal. 44, 11) El Altísimo se ha enamorado de su Belleza y la
quiere toda para sí; María responde, y su respuesta es pronta y plena en
extremo.
Semejante a la de la Virgen debe ser la respuesta de las
almas que Dios llama al altar, a la vida religiosa o a la consagración virginal
en el mundo. También estas almas deben separarse del mundo, deben dejar
parientes y amigos, deben apartarse de su pueblo y de su casa; no siempre podrá
ser una separación material, pero siempre debe ser una separación espiritual,
esto es, de afecto. Es el corazón el que debe desasirse y aislarse, porque los
escogidos del Señor no pueden ya en modo alguno pertenecer al mundo; “no son ya
del mundo” (Jn. 17, 14), decía Jesús. Vivir en el mundo sin ser del mundo no es
cosa fácil, pero es absolutamente necesario para responder a la llamada Divina.
Hay almas vírgenes que fracasan en su vocación de “consagradas” o no
corresponden plenamente, porque están aún asidas al mundo, a sus máximas, a sus
vanidades, a sus caprichos y comodidades, y porque no han tenido valor para
realizar una separación verdadera o, al menos, después de haberla iniciado, no
han seguido fieles. Y esto puede suceder, no sólo a las almas que viven en el
claustro, porque el mundo penetra doquiera; y doquiera logra entrar, si los
corazones no están totalmente desasidos.
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