¡Oh Señor!, te suplico, por intercesión de María Santísima, que te dignes purificar mi alma |
A los ocho días, al Niño le hicieron
la circuncisión como era de ley, los Reyes Magos
vinieron a adorarle y a presentarle sus regalos.
Ya
en los últimos días
y hoy mismo, vi que San José
hacía diversos arreglos que anunciaban la próxima partida de la Santa Familia de la gruta del Pesebre.
Cada día disminuían sus muebles; dio a los pastores los objetos y demás cosas que habían hecho
habitable la gruta y todo fue llevado por ellos.
Como se acercaba el día en que la Stma. Virgen debía presentar al templo de Jerusalén
a su primogénito
y rescatarlo según las prescripciones de la Ley, se hicieron todos los preparativos para que la Santa Familia pudiese ir primero al Templo y enseguida a Nazaret.
El lunes al despuntar el día, la Santa Virgen montó en el asno
que los viejos pastores habían
traído enjaezado ante la caverna.
José tuvo al Niño hasta que Ella se
sentó cómodamente y entonces
se lo entregó. María iba sentada en una jamuga y sus pies algo elevados descansaban sobre una tablita. Tenía
en sus brazos al Niño envuelto
en su gran velo y lo miraba
con dulzura. No llevaban más que dos alfombras y dos paquetitos entre los cuales
iba sentada María en el asno. Los
pastores se despidieron de ellos tiernamente y los condujeron al camino. Los vi seguir lentamente la ruta que en realidad es muy corta entre Belén y Jerusalén.
La ofrenda de la Santa Virgen al templo iba en una canasta suspendida a un lado del asno.
Esta canasta tenía tres divisiones, dos de las cuales
estaban cubiertas y contenían frutas,
la tercera formaba una jaula descubierta en la cual se veían palomas. Estando como a un cuarto
de legua de Jerusalén, entraron en una casita habitada por dos ancianos
esposos que los recibieron
cariñosamente. La Santa Familia pasó todo el día allí y la Virgen permaneció
casi todo el tiempo
en un cuarto sola con el Niño que estaba sobre una alfombra. Se hallaba siempre en oración y parecía
prepararse para la ceremonia que se iba a verificar.
Después vi que la Santa Familia acompañada de sus hospederos, se dirigió al templo de Jerusalén
con las canastas en que estaban
las ofrendas.
Entraron al principio
a un patio rodeado
de muros, contigua
al lugar Santo, Mientras San José y su hospedero ponían al asno en un cobertizo, la Santa Virgen fue
bondadosamente recibida por una anciana que la condujo más adelante por un pasaje abovedado.
Después fue llevada por la anciana a la presentación y allí la recibieron por la profetiza
Ana; Simeón que había venido al encuentro
de la
Stma. Virgen, la condujo al lugar en que se hacía el rescate de los primogénitos.
San José entregó la canasta
de las ofrendas a Ana, las palomas
ocupaban la parte baja de la canasta y la superior iba cubierta de las frutas. Después San José se
volvió por otra puerta al sitio de los hombres.
Después Simeón se acercó a la Stma. Virgen que
tenía en sus brazos al Niño Jesús envuelto en un lienzo azul claro y la condujo a lugar de las
ofrendas donde puso al Infante en la cuna. En ése instante
vi que el templo se llenaba de una luz que
no puede ser igualada por otra alguna; vi que Dios estaba allí y que sobre el Infante se abrieron los cielos hasta el trono de la Santísima Trinidad.
Simeón se llevó a la Virgen al lugar
destinado a las mujeres; María llevaba un vestido azul celeste y un velo blanco y la rodeaba
una ancha capa de color amarillento. Enseguida fue Simeón al altar fijo donde se hallaban
los ornamentos sacerdotales. Él y otros tres sacerdotes se vistieron para la ceremonia; tenían
en el brazo una especie de broquel
o escudo y en la cabeza una especie de mitra.
Uno
de ellos estaba detrás de la mesa de las humildes y santas
ofrendas y otro delante; los otros dos se hallaban
en los lados y allí rezaban
preces sobre el Infante. En esos momentos la profetiza Ana se acercó a María, le presentó la canasta de
las ofrendas y la condujo delante del altar donde ella permaneció de pie.
Simeón que estaba delante
del ara, abrió la reja
y llevó a María delante
del altar y en éste,
ella colocó su ofrenda. Las frutas fueron
puestas en unos platos ovales
y las monedas en otro
plato; las palomas quedaron en la canasta.
Simeón permaneció con María delante del altar de las ofrendas, el sacerdote que estaba
detrás del altar tomó
al
Niño
Jesús,
lo
elevó
en
el
aire presentándolo hacia diferente lados del templo y oró largo rato. Después dio a Simeón el Niño,
quien lo puso en manos de María y leyó preces de un rollo que estaba
junto a él sobre un pupitre.
Simeón llevó de nuevo a la Santa Virgen delante
de la balaustrada, de donde Ana que la esperaba, la condujo al lugar de las
mujeres. Allí habría unas veinte que venían a presentar al templo a sus
primogénitos. José y otros hombres,
se hallaban más lejos, en el sitio donde se les había
designado. Entonces los sacerdotes que estaban junto al altar, comenzaron una ceremonia con incensaciones y preces; los que se hallaban en las sillas tuvieron parte en ella, haciendo
algunos gestos, pero no exagerados como los judíos
de hoy.
Cuando ésta ceremonia se acabó, Simeón vino al sitio en que
se encontraba María, recibió
de ella al Niño Jesús, a quien tomó en sus
brazos y lleno de festivo entusiasmo habló del Infante largo rato y en términos
muy expresivos. Dio gracias a Dios por haber cumplido su promesa y entre otras cosas dijo:
“Ahora Señor,
podéis enviar en paz a vuestro siervo, según vuestra palabra, porque mis ojos han
visto vuestra salud, que preparaste a
la faz de todos los pueblos,
luz que debe esclarecer a las naciones
y glorificar vuestro pueblo
de Israel”
José se había acercado durante la presentación;
lo mismo que María, oyó con respeto
las palabras inspiradas de Simeón, quien bendijo a los dos y dijo a María:
“He aquí que éste Niño ha sido colocado para la caída y resurrección de muchos en Israel y como un signo de contradicción; una espada atravesará tu alma, a fin de que sean conocidos los pensamientos de muchos corazones”Cuando Simeón terminó su discurso, la profetiza Ana fue también inspirada y habló largo rato del Niño Jesús y llamó bienaventurada a su Madre. Vi que los asistentes escucharon todo esto con atención, pero sin que de ello resultase algún tumulto; tal parecía que los sacerdotes comprendieron algo de lo ya dicho. Todos dieron al Niño y a la Madre grandes muestras de respeto. María brillaba como una Rosa Celestial y enseguida fue llevada por Ana y Noemí al patio en que la habían recibido y se despidieron con cariño y afecto.
José se hallaba
ya allí con sus dos hospederos; habían traído al asno en el cual debía de montar María con su Hijo y se retiraron
pronto del santuario; atravesaron Jerusalén y se dirigieron
a su hogar en Nazaret.
Beata Ana Catalina Emmerich
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.