María, Sedes Sapientiae, Trono de la Sabiduría.- María lleva este
título en sus letanías, porque el Hijo de Dios, llamado también en la Escritura
Verbo y Sabiduría de Dios, habitó en Ella, y después de haber nacido, fue
llevado en sus brazos, durante sus primeros años, y estuvo sentado sobre sus
rodillas. Siendo, pues, realmente, por decirlo así, el trono humanado de Aquel
que reina en los cielos, la Santísima Virgen es justamente llamada Trono de la Sabiduría.
Pero María poseyó a su Hijo
más tiempo del que duró su infancia. Le obedecía, nos dice San Lucas, y vivió
con Ella en su casa hasta el comienzo de su vida pública, es decir, a lo menos
treinta años enteros. Y esto nos lleva a hacer una consideración; porque si una
intimidad tan estrecha y continua con su Hijo debió crear en María una santidad
inconcebible, el conocimiento de las cosas divinas, que adquirió durante tantos
años, en sus conversaciones con Él sobre el presente, el pasado y el porvenir,
hubo de ser infinitamente extenso, variado, profundo y completo. Por
consiguiente, aunque María fue pobre y careció de recursos humanos, con todo
aventajó en su ciencia sobre la creación, el universo y la historia, a los más
grandes filósofos; en su ciencia teológica, a los más grandes doctores, y, en
su discernimiento profético, a los más iluminados profetas.
¿Cuál era el tema principal de
las conversaciones que la Santísima Virgen sostenía con su Hijo, sino la
naturaleza, los atributos, la providencia y las obras del Todopoderoso? ¿Acaso
nuestro Señor no glorificaba continuamente al Padre, que le había enviado?
¿Acaso no revelaba a su Madre los decretos eternos, los designios y la voluntad
de Dios? ¿Acaso no la ilustraba sobre todos aquellos puntos de doctrina que han
sido, primero, examinados y discutidos, y después establecidos por la Iglesia,
desde los tiempos apostólicos hasta nuestros días, sobre todo lo que ocurrirá
hasta el fin, y sobre muchas más cosas? Todo cuanto es obscuro, todo cuanto es
fragmentario en le Revelación, le fue mostrado, dentro de los límites en que la
ciencia es posible a la humanidad, con la simplicidad y claridad propias
exclusivamente de Aquel, que es la luz del mundo.
Dios habló a los profetas
sobre los acontecimientos futuros: poseemos en la Escritura las comunicaciones
que les hizo. Pero les habló en parábolas y en figuras. Sólo hubo uno, Moisés, a
quien se dignó hablar cara a cara. “Si hay entre vosotros un profeta del Señor,
dice Dios, me apareceré a él en una visión, y le hablaré en un sueño. Mas no
será así con mi siervo Moisés… porque le hablaré boca a boca, y no será por enigmas
ni figuras que verá al Señor” Fue éste el gran privilegio del inspirado legislador
de los judíos; pero ¡cuán inferior al privilegio de María! Moisés gozó de este
privilegio por intervalos, de vez en cuando; pero María, por espacio de treinta
años, sin interrupción, vio y oyó al Señor, estuvo durante todo este tiempo con
Él y pudo interrogarle libremente sobre lo que deseaba conocer, sabiendo que
las respuestas que recibía eran las de Dios eterno, que no puede engañarse ni
engañarnos.
John Henry, Cardenal, Newman
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