Y esa lágrima parece decir; ¡oh Madre mía! Decid qué deseáis; todo lo mío es también vuestro ¿Esta concedido; Jesús ha sido ganado! ¡Ha sido tocado en su punto flaco! Ahora pide; lo obtendrás todo, absolutamente todo lo que sea conforme a la gloria de Dios y no perjudique a tu salvación. ¿No es consoladora y confortante esa certeza de ser oído y esa seguridad de poder decir; yo puedo alcanzarlo todo de mi Divino Salvador y Él no me puede negar nada? Pruébalo, y experimentarás que no es ficción piadosa sino dulce realidad. En las penas, en las tentaciones, ve a Jesús con esta simple expresión: "Jesús, aquí tenéis a vuestra Madre!

lunes, 31 de mayo de 2021

MES DE MAYO, MES DE MARÍA / SANTA MARÍA REINA

 

SU CORONACIÓN EN EL CIELO

 

La entrada en el Cielo.- Mira a todos los cortesanos del Cielo correr a porfía a contemplar a la nueva Reina y al verla tan hermosa, unos a otros se preguntarían: “¿quién es esta que del desierto del mundo, lugar de abrojos y espinas, se levanta a estas alturas, no sostenida por manos de ángeles, sino apoyada en los brazos del mismo Dios?”. Y otros responderían: “es la Madre de nuestro Dios y de nuestro Rey, la Santa de los santos, la Pura, la Inmaculada, la obra más hermosa de la creación entera, la que va a ser coronada como Reina nuestra”.

Escucha cómo entonces, tomando todos en sus bocas angélicas las palabras del Arcángel San Gabriel, responderían en un coro unísono, formidable, que haría temblar de emoción y entusiasmo al Cielo todo, diciéndole: “Dios te salve, la llena de gracia, bienvenida seas a esta gloria a llenarla con tu hermosura y santidad, porque Tú siempre estás con Dios y Dios siempre contigo; por eso, eres la bendita entre todas las criaturas y vas ahora a sentarte en el trono más alto, el más cerca que puede existir junto a Dios”.

Únete a los ángeles, alégrate con ellos más que ellos aún, pues si ellos la llaman Reina, tú la puedes llamar Madre y ten un santo orgullo al ver así a tu Madre, más espléndida que la aurora, más bella que la luna, más clara y brillante que el sol, temible como un ejército en orden de batalla, aclamada por todas las jerarquías de coros angélicos, al verla así entrar en la gloria.

La Coronación.- Todo esto, con ser tan hermoso, no era al fin más que la entrada, ya que la gran apoteosis se verificó cuando el Dios del Cielo, saliendo a su encuentro, la invita a sentarse en el Trono que a su dignidad de Madre de Dios correspondía y a ser Coronada como Reina. “Ven y serás Coronada”, le diría con la Corona preparada desde la eternidad. Recuerda las palabras de San Pablo cuando hablando del Cielo, decía que “ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre podía llegar a comprender lo que Dios tenía preparado para los que le aman”

Pues, ¿quién podrá llegar a imaginarse lo que tendría preparado para la que desde el primer instante de su Concepción, ya le amó más que todos los santos y ángeles juntos? Escucha la respuesta que a esto da la Iglesia, cuando dice: “Fue exaltada sobre todos los coros de los ángeles”. De suerte que no haya trono más elevado que el suyo, constituyendo por sí sola, una jerarquía aparte, la más grande, la más sublime de todas, la que más gloria ha de dar a Dios por toda la eternidad.

Piensa, además, que Dios da el premio según los méritos, que conforme sea el grado de santidad de un alma, así será el de la gloria y abísmate en el mar sin fondo, verdaderamente inmenso, para nosotros inconmensurable e infinito de las gracias y méritos de la Santísima Virgen y así te podrás dar una idea de la inmensidad e infinidad también inconmensurable de su Gloria en el Cielo. Mírala modestísima, recogida en su interior, avanzar de la mano de Dios, subir las gradas de su Trono, sentarse en él, y allí ser Coronada por el Padre, con la Corona de potestad; por el Hijo, con la Corona de sabiduría y por el Espíritu Santo, con la Corona de amor.

Mírala coronada por la pureza más que angélica de su Corazón, de su espíritu, de su cuerpo Inmaculado; por la obediencia más perfecta, por la humildad más profunda; en fin por aquella su caridad ardiente que la hizo vivir y morir de amor de Dios.  



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