“Yo soy la Madre del amor hermoso” (Eccli., 24,24), dice María, es decir, del amor que hermosea las almas. Santa María Magdalena de Pazzi vio a María Santísima que iba repartiendo un suave licor, que no era sino el amor divino. Este don sólo por María se concede; pidámoslo, pues, a Ella.
¡Oh María, Soberana del Universo! Vos, que sois nuestra alegría, nuestro apoyo y nuestra defensa, interesaos por mí ante el Señor, obtenedme la gracia de volverme digno de gozar un día de esta felicidad que Vos gozáis actualmente en el cielo. Sí, yo os lo suplico, ¡oh Reina mía, refugio mío, esperanza mía, alegría mía y, después de Dios, vida mía!: haced que yo obtenga con Vos un puesto entre los escogidos. Sé que por ser la Madre de Dios podéis obtenerme este favor, si lo pedís para mí. ¡Oh Virgen siempre sin mancilla! Vos sois omnipotente cerca de Dios para salvar los pecadores y consolar los afligidos; y yo sé también que para compadeceros de nuestras miserias no necesitáis otra recomendación, pues sois por excelencia la Madre de Misericordia.
San Germán
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