La vida de la Madre de Dios.- Era una vida en este tiempo de íntima
unión con Dios, según el cuerpo y según el alma. La vida íntima de Madre e
Hijo. Una sola vida. Un mismo latido en ambos corazones. Qué recogimiento tan
intenso y tan profundo para reconcentrar toda su vida en su Hijo. Todo lo que
hacía era con Él y por Él; veía con los ojos de su Hijo; amaba con su corazón;
sus gustos eran los de Él.
De ahí que fuera una vida de los más íntimos, puros y perfectos sentimientos de amor y gozo hacia Dios a quien encerraba en su seno. Si el Cielo consiste en la posesión de Dios, María ya gozaba entonces de esta posesión aún más íntima, aún más perfecta que la de todos los ángeles y bienaventurados en la gloria. Era, pues, una vida toda divina, toda gloriosa, toda santificadora por la unión con su Hijo.
La Madre de Dios es mi Madre.- Pero también tenía unión conmigo. Dios quiso que su Madre fuera también mi Madre y me amó ya desde entonces como tal. Ella deseaba entonces ardientemente que su Hijo ya naciera y redimiera al mundo pensando en mí. Ella quería ya entonces, lo mismo que ahora, tenerme a mí como a verdadero hijo, como a su Jesús, que yo me uniera con Ella, como estaba Jesús, para que yo como Jesús participara de aquella vida.
¡Qué dicha la mía tener una Madre que ha merecido ser la Madre de Dios! Por Ella adquirimos un parentesco con Jesús. Jesús y yo somos hermanos. Piensa mucho en esto y agradece estas maravillas de amor a la Madre y al Hijo. Imita a María en esta maternidad divina uniéndote íntimamente como Ella a Jesús. Haz práctica esta unión, uniéndote antes con la Santísima Virgen para vivir completamente esta vida. Procura que tu alma sea hija verdadera, de palabra y de hecho de tan gran Madre.
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