¡Madre de Consolación, causa de nuestra alegría! |
Amor con amor se paga. Y, ¿qué
amor más tierno y más eficaz que el que nos tiene María? María es nuestra
Madre. Esta palabra que en el transcurso de veinte siglos bastó para suscitar
tantos latidos, para secar tantas lágrimas, para aliviar tantos dolores.
María es nuestra Madre, y para
que nadie lo pudiese dudar en lo más mínimo, he aquí que Jesús mismo lo aseguró
desde la Cruz con su propia boca, próximo a exhalar el último suspiro, o sea en
el momento más solemne de su vida mortal: He
ahí tu Madre.
Se la llama Madre de
Misericordia, y es lo mismo que decir Madre de Consuelo. Es su título de Reina,
porque Ella no quiere sino volcar sobre nuestras miserias todas las riquezas de
su Corazón de Madre. La miseria es la ignorancia y el error, fuente de nuestros
desvíos; la miseria es la tentación, misteriosa agonía de nuestras fuerzas
espirituales; la miseria es el pecado, muerte de la gracia, envilecimiento de
nuestra naturaleza y esclavitud de la libertad; la miseria es la angustia del
espíritu, es la aflicción del corazón. La miseria es la privación de las cosas
necesarias para la vida, el dolor y la enfermedad del cuerpo; la miseria es la
persecución de los malvados. Y bien, para todas estas miserias está el remedio
en el Corazón de María. Luz, fuerza, perdón, estímulo, consuelo, asistencia,
protección, salud, todo podemos pedir y todo podemos esperar de nuestra Madre
de los Cielos: Madre de Consolación, causa de nuestra alegría.
Beato Juan Bautista Scalabrini
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