Assúmpta
est María in caelum: gáudent Ángeli, laudantes benedícunt Dóminum
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La Asunción de María Santísima nos señala el itinerario
de nuestra ascensión espiritual: despegue de la tierra, vuelo hacia Dios, unión
con Dios.
La Virgen ha sido asunta a los cielos en cuerpo y alma
porque es la Inmaculada: tan pura, no solamente de toda sombra de culpa, sino
también del menor apego a las cosas de la tierra, que “nunca tuvo en su alma
impresa forma de alguna criatura, ni por ella se movió” (JC. S. III, 2, 11). La
primera condición para llegar a Dios es precisamente la pureza total. La
Virgen, que vivió nuestra vida terrena en desapego absoluto de todo ser creado,
nos enseña a no dejarnos encadenar por el encanto de las criaturas, sino a
vivir en medio de ellas, sí, pero sin permitir que nuestro corazón se apegue a
ellas, sin buscar jamás en ellas nuestra satisfacción.
La Virgen asunta nos habla del vuelo hacia el cielo,
hacia Dios. No basta purificar el corazón de todo pecado y de todo asimiento;
es preciso al mismo tiempo lanzarlo hacia Dios, tendiendo a Él con todas
nuestras fuerzas. “Señor –nos hace orar la Iglesia en la Misa del día-, que
mediante la intercesión de la Beatísima Virgen María, asunta al cielo, nuestros
corazones, inflamados del fuego de vuestro amor, aspiren a Vos sin cesar
(Secreta). Nuestra vida terrena tiene valor de vida eterna en cuanto es vuelo
hacia Dios, continua la búsqueda del Señor, perenne adhesión a su gracia;
cuando este vuelo desfallece, desfallece también el valor ultraterreno de
nuestra existencia.
María ha sido asunta al cielo porque es la Madre de Dios,
y este su máximo privilegio, raíz y motivo de todos los demás, nos habla
especialmente de unión íntima con Dios, como nos habla también de lo mismo el
hecho de la Asunción a la unión beatificante de la gloria. La Asunción nos
confirma, pues, en esta fundamental y dulce verdad: estamos por creación
destinados a la unión con Dios. La Virgen misma nos tiende su mano maternal
para guiarnos al conseguimiento de ideal tan alto. Con la mirada fija en Ella,
el avanzar es más fácil. Ella será “nuestra guía, fuerza y consuelo” en
cualquier lucha y dificultad.
¡Oh María, Madre mía!, enséñame a vivir escondido contigo
a la sombra de Dios
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