¡Oh María, Esposa del Espíritu Santo! Hazme dócil a las inspiraciones Divinas |
Dice San Agustín que María Santísima "ha sido la única
que ha merecido ser llamada Madre y Esposa" de Dios. Fue Madre de Dios
porque fue Esposa del Espíritu Santo: “El Espíritu Santo vendrá sobre Ti y la
virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc. 1, 35), le dijo el Ángel, explicándole
el modo misterioso y divino cómo sería Madre del Hijo de Dios. En aquel
momento, el Espíritu Santo, que ya poseía por completo desde el primer instante
de su concepción inmaculada el alma de María, descendió a Ella, con una
plenitud tan singular, que formó en su seno el Cuerpo Santísimo de Jesús. Con
todo derecho merece por eso María el nombre de Esposa del Espíritu Santo: María
es su posesión, su sagrario, su templo.
El Divino Paráclito puede muy bien aplicar a Ella
aquellas palabras de los Cantares: “Eres un jardín cercado, hermana mía,
esposa, eres un jardín cercado, una fuente sellada” (4, 12). Un jardín cercado,
que jamás fue violado, ni por un instante, por la sombra del pecado, jamás
sacudido por los vientos de las pasiones desordenadas, jamás pisado por afecto
alguno de criatura. “La gloriosísima Virgen Nuestra Señora –dice San Juan de la
Cruz- nunca tuvo en su alma impresa forma alguna de criatura, ni por ella se
movió, sino siempre su moción fue por el Espíritu Santo” (S. III, 2, 10), Llena
de gracia desde el nacimiento María fue siempre la Esposa fiel del Espíritu
Santo, atenta y dócil a cualquier impulso o inspiración suya.
Si los privilegios altísimos que enriquecieron el alma de
María, fueron gracias que Dios había reservado exclusivamente para Ella,
nosotros podemos imitar sus disposiciones interiores, procurando que nuestro
corazón, lo mismo que el suyo, sea siempre dócil a la acción del Espíritu
Santo.
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