He mirado asombrado a María que amamanta a Aquél que
nutre a todos los pueblos, pero que se ha hecho niño. Habitó en el seno de una
muchacha, Aquél que llena de sí el mundo (...).
Un gran sol se ha recogido y escondido en una nube espléndida.
Una adolescente ha llegado a ser la Madre de Aquél que ha creado al hombre y al
mundo.
Ella llevaba un niño, lo acariciaba, lo abrazaba, lo
mimaba con las más hermosas palabras y lo adoraba diciéndole: Maestro mío, dime
que te abrace.
Ya que eres mi Hijo, te acunaré con mis cantinelas; soy
tu Madre, pero te honraré. Hijo mío, te he engendrado, pero Tú eres más antiguo
que yo; Señor mío, te he llevado en el seno, pero Tú me sostienes en pie.
Mi mente está turbada por el temor, concédeme la fuerza
para alabarte. No sé explicar cómo estás callado, cuando sé que en Ti retumban
los truenos.
Has nacido de mí como un pequeño, pero eres fuerte como
un gigante; eres el Admirable, como te llamó Isaías cuando profetizó sobre Ti.
He aquí que todo Tú estás conmigo, y sin embargo estás
enteramente escondido en tu Padre. Las alturas del cielo están llenas de tu
majestad, y no obstante mi seno no ha sido demasiado pequeño para Ti.
Tu Casa está en mí y en los cielos. Te alabaré con los
cielos. Las criaturas celestes me miran con admiración y me llaman Bendita.
Que me sostenga el cielo con su abrazo, porque yo he sido
más honrada que él. El cielo, en efecto, no ha sido tu madre; pero lo hiciste
tu trono.
¡Cuánto más venerada es la Madre del Rey que su trono! Te
bendeciré, Señor, porque has querido que fuese tu Madre; te celebraré con
hermosas canciones.
Oh gigante que sostienes la tierra y has querido que ella
te sostenga, Bendito seas. Gloria a Ti, oh Rico, que te has hecho Hijo de una
pobre.
Mi magnificat sea para Ti, que eres más antiguo que
todos, y sin embargo, hecho niño, descendiste a mí. Siéntate sobre mis
rodillas; a pesar de que sobre Ti está suspendido el mundo, las más altas
cumbres y los abismos más profundos (...).
Tú estás conmigo, y todos los coros angélicos te adoran.
Mientras te estrecho entre mis brazos, eres llevado por los querubines.
Los cielos están llenos de tu gloria, y sin embargo las
entrañas de una hija de la tierra te aguantan por entero. Vives en el fuego
entre las criaturas celestes, y no quemas a las terrestres.
Los serafines te proclaman tres veces Santo: ¿qué más
podré decirte, Señor? Los querubines te bendicen temblando, ¿cómo puedes ser
honrado por mis canciones?
Escúcheme ahora y venga a mí la antigua Eva, nuestra
antigua madre; levante su cabeza, la cabeza que fue humillada por la vergüenza
del huerto.
Descubra su rostro y se alegre contigo, porque has
arrojado fuera su vergüenza; oiga la palabra llena de paz, porque una hija suya
ha pagado su deuda.
La serpiente, que la sedujo, ha sido aplastada por Ti,
brote que has nacido de mi seno. El querubín y su espada por Ti han sido
quitados, para que Adán pueda regresar al paraíso, del cual había sido
expulsado.
Eva y Adán recurran a Ti y cojan de mí el fruto de la
vida; por ti recobrará la dulzura aquella boca suya, que el fruto prohibido
había vuelto amarga.
Los siervos expulsados vuelvan a través de Ti, para que
puedan obtener los bienes de los cuales habían sido despojados. Serás para
ellos un traje de gloria, para cubrir su desnudez.
(Himno, 18, 1-23)
Oración de san Efrén puesto en los labios de la Virgen
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