Sólo un hijo ha podido crear a su gusto a la madre de la cual nacería, perfercionarla constantemente a fin de amarla siempre más, sin limitación a la generosidad y a la alegría de su amor. Ese hijo es Jesús, el Verbo Encarnado, el Dios que depositó toda su complacencia en María, mucho antes de llamarla a la vida terrena. La mera previsión de la parte que Ella le correspondía en la Encarnación la unía íntimamente a Él. Y para resguardarse a sí mismo en su humanidad de la ofensa del pecado, la purificó anticipadamente de la mancha original y la revistió de una pureza inmaculada.
P Marie-Joseph Ollivier, OP
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