Cobijad en Vos la Santa Iglesia; guardadla y sed siempre
su dulce asilo y su torre inexpugnable contra todos los ataques de sus enemigos
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¡Oh Corazón de María, Madre de Dios y Madre Nuestra!;
Corazón amabalísimo, objeto de las complacencias de la adorable Trinidad y
digno de toda veneración; Corazón el más semejante al de Jesús, del cual sois
la más perfecta imagen; Corazón lleno de bondad y tan compasivo con nuestras
miserias, dignaos romper el hielo de nuestros corazones y haced que se vuelvan
enteramente al del Divino Salvador. Infundid en ellos el amor de vuestras
virtudes; inflamadlos en aquel bendito fuego en que ardéis continuamente. Cobijad
en Vos la Santa Iglesia; guardadla y sed siempre su dulce asilo y su torre
inexpugnable contra todos los ataques de sus enemigos. Sed nuestro camino para
ir hacia Jesús, y el canal por donde recibimos todas las gracias necesarias
para salvarnos. Sed nuestro auxilio en las necesidades, nuestro alivio en las
aflicciones, nuestro aliento en las tentaciones, nuestro refugio en las
persecuciones, nuestra ayuda en todos los peligros, pero especialmente en el
último combate de nuestra vida, en la hora de la muerte, cuando todo el
infierno se desencadenará contra nosotros, para arrebatar nuestra alma, en
aquel formidable momento, en aquel trance terrible, del cual depende nuestra
eternidad. ¡Ah!, entonces, ¡oh Virgen Piadosísima!, haced que sintamos la dulzura
de Vuestro Corazón Maternal y la fuerza de Vuestro poder ante Jesús, abriendo
en la fuente misma de la Misericordia un seguro refugio, desde donde podamos
llegar a bendecirle, con Vos en el Paraíso, por todos los siglos de los siglos.
Así sea.
Indulgencia de quinientos días.
Indulgencia plenaria, en las condiciones de costumbre, si
se reza devotamente esta oración, durante un mes entero, todos los días. (S.C.
de Indulg., 18 agost. 1807 y 1 febr. 1816; S. Pen. Ap., 15 sept. 1934)
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