¡Sea por siempre y en todas partes conocido, alabado,
bendecido, amado, servido y glorificado el Divinísimo Corazón de Jesús y el
Inmaculado Corazón de María! ¡¡¡Así sea!!!
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¡Oh Corazón de María, Madre de Dios y Madre nuestra;
Corazón amabilísimo!, objeto de las complacencias de la adorable Trinidad y
digno de toda la veneración y ternura de los Ángeles y de los hombres; Corazón
el más semejante al de Jesús, del cual sois la más perfecta imagen; Corazón
lleno de bondad y que tanto os compadecéis de nuestras miserias, dignaos
derretir el hielo de nuestros corazones, y haced que vuelvan a conformarse con
el Corazón del Divino Salvador.
Infundid en ellas el amor de vuestras virtudes;
inflamadlos con aquel dichoso fuego en que Vos estáis ardiendo sin cesar.
Encerrad en vuestro seno la Santa Iglesia; custodiadla, sed siempre su dulce
asilo y su inexpugnable torre contra toda incursión de sus enemigos. Sed nuestro
camino para dirigirnos a Jesús, y el conducto por el cual recibamos todas las
gracias necesarias para nuestra salvación.
Sed nuestro socorro en las necesidades, nuestra fortaleza
en las tentaciones, nuestro refugio en las persecuciones, nuestra ayuda en
todos los peligros; pero especialmente en los últimos combates de nuestra vida,
a la hora de la muerte, cuando todo el infierno se desencadenará contra
nosotros para arrebatar nuestras almas, en aquel formidable momento, en aquel
punto terrible del cual depende nuestra eternidad. ¡Ah! Virgen piadosísima,
hacednos sentir entonces la dulzura de vuestro maternal Corazón, y la fuerza de
vuestro poder para con el de Jesús, abriéndonos en la misma fuente de la
misericordia un refugio seguro, en donde podamos reunirnos para bendecirle con
Vos en el paraíso por todos los siglos. Amén.
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