Sin Ella, sin sus cuidados maternales las almas sufren, su vida espiritual es fatigosa, con frecuencia languidece o, al menos, no es lozana como lo podría ser |
¡Oh Excelsa Madre de Dios! Te diré yo también con San
Bernardo: “Habla, Señora, que tu hijo te escucha y cuanto le pidas te lo
concederá”. Habla, pues, habla, ¡oh María, abogada mía!, a favor de este
miserable. Acuérdate de que por mi bien has recibido tanto poder y tanta
dignidad. Dios ha querido hacerse tu deudor tomando de Ti la humana naturaleza,
a fin de que Tú pudieses dispensar libremente a los miserables las riquezas de
su Divina Misericordia.
Si Tú, siendo inmensamente buena, prodigas el bien a
todos, aun a los que no te conocen ni te honran, ¡cuánto más debemos esperar en
tu benignidad nosotros que queremos honrarte, que queremos amarte y confiamos
en tu auxilio! ¡Oh María! Aunque somos pecadores, puedes salvarnos, porque Dios
te ha enriquecido de misericordia y de poder mayor que todas nuestras
iniquidades. ¡Oh Madre Dulcísima! Te presento mi alma para que la purifiques,
la santifiques y la hagas toda de Jesús
San Alfonso María de
Ligorio
La fiesta de hoy reivindica
para María su título más bello, su prerrogativa más gloriosa: Madre de Dios,
título y prerrogativa proclamados solemnemente por el Concilio de Éfeso contra
la herejía de Nestorio. Hoy la Santa Madre Iglesia se congratula con María por
esta su altísima dignidad que la eleva sobre toda mera criatura hasta el umbral
de lo infinito, que la constituye, no solamente Reina de los hombres, sino
también de los ángeles
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