Gaudete y Laetare Virgo Maria, aleluya!
Quia Surrexit Dominus vere, aleluya!
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Y en el mismo instante que el alma santísima de Cristo
entró en su cuerpo y le dio vida, correspondió en el de la Madre la
comunicación del gozo. Sucedió que en aquella ocasión el evangelista San Juan
fue a visitarla para consolarla en su amarga soledad, y encontró la
repentinamente llena de resplandor y señales de gloria a la que antes apenas
conocía por su tristeza. Admiróse el santo Apóstol, y habiéndola mirado con
grande reverencia, juzgó que ya el Señor sería resucitado, pues la Madre estaba
renovada en alegría.
Estando así prevenida María, entró Cristo resucitado y
glorioso, acompañado de todos los Santos y Patriarcas. Postróse en tierra la
Reina, y adoró a su Hijo, y su Majestad la levantó y llegó a sí mismo. Y con
este contacto (mayor que el que pedía la Magdalena de la humanidad y llagas de
Cristo) recibió la Madre Virgen un extraordinario favor, que ella sola mereció,
como exenta de la ley del pecado. Y aunque no fue el mayor de los favores que
tuvo en esta ocasión, con todo eso no pudiera recibirle, si no fuera confortada
de los ángeles y por el mismo Señor, para que sus potencias no desfallecieran.
El beneficio fue que el glorioso cuerpo del Hijo encerró en sí mismo al de su
Madre, penetrándose con ella o penetrándola consigo, como si un globo de
cristal tuviera dentro de sí al sol, que todo lo llenara de resplandores y
hermosura con su luz. Así quedó el cuerpo de María unido al de su Hijo por
medio de aquel contacto, que fue como puerta para entrar a conocer la gloria del
alma y cuerpo del mismo Señor. Por estos favores, como por grados de inefables
dones, fue ascendiendo el espíritu de la Señora. Y estando en ellos oyó una voz
que le decía: Amiga, asciende más alto. En virtud de esta voz quedó del todo
transformada y vio la Divinidad intuitiva y claramente.
SOR MARÍA DE JESÚS DE AGREDA
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