¡Qué la Virgen, Clemente y Piadosa, nos continúe
obteniendo de la inefable Bondad del Señor fuerza para afrontar el final de las
pruebas de amor que nos sobrevengan!
Santo Padre Pío
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María sufrió atrozmente ante su Hijo Crucificado; sin
embargo, no puedes decir que Ella se hallase abandonada. Más aún, jamás había
amado tanto a su Hijo como entonces, que ni siquiera podía llorar. Apóyate,
como la Virgen, en la Cruz de Cristo, y hallarás alivio en tus sufrimientos.
La Virgen de los Dolores nos consiga de Santo Hijo la
gracia de hacernos penetrar cada vez más en el misterio de la Cruz y asociarnos
con ella a los padecimientos de Jesús
María, la Madre de Jesús y Madre nuestra, nos haga
entender todo cuanto encierra el secreto del dolor cristianamente soportado y
nos alcance la fuerza necesaria para poder hasta la cumbre el Calvario, cargados
con la propia cruz.
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