Y esa lágrima parece decir; ¡oh Madre mía! Decid qué deseáis; todo lo mío es también vuestro ¿Esta concedido; Jesús ha sido ganado! ¡Ha sido tocado en su punto flaco! Ahora pide; lo obtendrás todo, absolutamente todo lo que sea conforme a la gloria de Dios y no perjudique a tu salvación. ¿No es consoladora y confortante esa certeza de ser oído y esa seguridad de poder decir; yo puedo alcanzarlo todo de mi Divino Salvador y Él no me puede negar nada? Pruébalo, y experimentarás que no es ficción piadosa sino dulce realidad. En las penas, en las tentaciones, ve a Jesús con esta simple expresión: "Jesús, aquí tenéis a vuestra Madre!

viernes, 3 de abril de 2020

VIERNES DE LA 1ª SEMANA DE PASIÓN, LOS SIETE DOLORES DE NUESTRA MADRE MARÍA

¡Oh Santa Madre!, que mientras yo viva, mis lágrimas se mezclen a las tuyas, compadeciendo al Divino Crucificado. Que permanezca a tu lado junto a la Cruz compartiendo tu duelo. Amén

SERMÓN DE SAN BERNARDO, ABAD

El martirio de la Virgen nos fue revelado tanto por la profecía de Simeón, como por la historia misma de la Pasión del Señor. “Este Niño, dijo el Santo anciano, hablando del Niño Jesús, está destinado para ser el blanco de contradicción; y una espada, añadió dirigiéndose a María, traspasará tu alma” Sí, ¡oh bienaventurada Madre! Una espada traspasó verdaderamente vuestra alma, porque sólo pasando por vuestro Corazón, pudo atravesar la carne de vuestro Hijo. Y aun cuando después de entregar su Espíritu ese Jesús, que es vuestro, la lanza cruel no hirió su alma, atravesó ciertamente la vuestra; no estaba ya allí el Alma de Jesús, pero la vuestra no podía apartarse de aquel lugar.

La violencia del dolor traspasó, pues, vuestra alma, por lo que con razón os proclamamos más que mártir, ya que el sentimiento de compasión superó en Vos todos los padecimientos que puede soportar el cuerpo. ¿No fueron para Vos más que una espada, estas palabras que atravesaron realmente vuestra alma y alcanzaron hasta la división del alma y del espíritu: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”? ¡Qué cambio! Juan os fue dado en cambio de Jesús, el servidor en lugar del Señor, el discípulo en vez del Maestro, el hijo de Zebedeo por el Hijo de Dios, un hombre por el Dios verdadero. Ante semejantes palabras, ¿era posible que vuestra alma, tan amante, no fuera traspasada, cuando solamente su recuerdo desgarra nuestros corazones, aunque sean de piedra y bronce?

No os asombréis, hermanos míos, si oís decir que María fue mártir en el alma. Sólo puede asombrarse de ello quien no recuerde haber oído a San Pablo contar entre los grandes crímenes de los gentiles el estar “faltos de afecto”. Nada más lejos del Corazón de María que este defecto; ninguno debe estar más lejos, por lo tanto, del de sus servidores. Pero quizás diga alguno: ¿No sabía María de antemano que había de morir su Hijo? Lo sabía, sin la menor duda. ¿No esperaba su próxima resurrección? La esperaba confiadamente. Y a pesar de ello, ¿se afligió al ver que lo crucificaban? Sí, se afligió profundamente. Pero ¿quién eres tú, hermano mío, y de qué fuentes sacas tu ciencia, para que te asombres más de ver a María participando de los sufrimientos de su Hijo, que de ver sufrir al Hijo de María? ¿Pudo morir Él de la muerte del cuerpo, y no podía experimentar Ella la del corazón? Jesús murió por una caridad insuperable, y el martirio de María tuvo origen en esta caridad que, después de la de Jesús, no ha conocido igual.

Del Oficio de Maitines,
del “Breviario Romano”
(Gubianas-1940)



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