El paraíso terrenal, en el que
Dios introdujo a nuestro primer padre, era un lugar de maravillas, de
esplendores de inmensa felicidad, donde Adán disfrutaba de todas las delicias
que allí había depositado el Creador. Él y Eva, no obstante, prevaricaron y
fueron expulsados de aquel mirífico Edén.
Nuestro Señor Jesucristo es
considerado, a justo título, el segundo Adán, aquel que vino a rescatar a la
humanidad de las sombras de la muerte y a restablecerle el estado de gracia, a
través de la inmolación hecha de sí mismo en lo alto de la Cruz.
Y al igual que el primer Adán,
también el segundo tuvo su jardín de delicias: Nuestra Señora. Todo lo que el
paraíso terrenal poseía de hermoso y espléndido en su realidad material, Ella
lo tenía aún más bello y refulgente en su realidad espiritual. Y Nuestro Señor
Jesucristo tuvo incomparablemente más felicidad y contento viviendo en las
castísimas entrañas de María Virgen que Adán en el Edén.
Plinio Corrêa de
Oliveira
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