Igualmente –comenta San Buenaventura- puede decirse que María amó tanto al mundo que le dio su Unigénito para que todos posean la vida eterna |
Desde el momento en que fue
constituida Madre del Salvador, nos amó tanto María Santísima –dice San
Bernardino de Sena- y se entregó con tanta generosidad a procurarnos nuestra
salvación, que “desde entonces nos llevó en su seno como amorosísima madre”.
Pero lo mismo que la obra redentora de Jesús, comenzada en la Encarnación, se
consumó en el Calvario, donde nos mereció con su muerte la gracia, así la
maternidad de María en orden a nosotros, había de cumplirse y consumarse al pie
de la Cruz. Mientras Jesús muere entre los más crueles tormentos, su
amorosísimo Corazón nos preparaba el regalo más precioso que podía hacernos. La
cosa más querida que Jesús poseía sobre esta tierra era su Madre; pues fue,
precisamente, su dulce Madre lo que Jesús nos dejó como herencia preciosísima: “He
aquí a tu Madre” (Jn. 19, 27) dijo a Juan: y al entregar su Madre al apóstol
San Juan, que en aquel momento representaba a la humanidad entera, las palabras
de Jesús eran expresión solemne de aquella realidad inmensa que se había
iniciado en el primer instante de su Encarnación en el seno de la Virgen y que
ahora se cumplía y se completaba allí, bajo la Cruz: la maternidad espiritual
de María sobre nosotros. Fue en aquel preciso instante cuando la Virgen,
juntamente con Jesús, salvaba nuestras almas al ofrecer por ellas la Víctima
Divina, que era suya, porque era su Hijo. Con aquella oblación María nos consiguió
la vida de la gracia; María es por lo tanto verdaderamente la mujer que nos da
la vida en el orden sobrenatural: es nuestra Madre.
“Tanto amó Dios al mundo, que
le dio su Unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que
tenga la vida eterna” (Jn. 3, 16), dice el Evangelista. Igualmente –comenta San
Buenaventura- puede decirse que María amó tanto al mundo que le dio su
Unigénito para que todos posean la vida eterna. A este precio, entregando su
Hijo, la Virgen ha llegado a ser Madre nuestra, y nosotros hijos suyos. Con razón
Ella que nos ha engendrado a tan caro precio, quiere que vivamos como
verdaderos hijos suyos, dignos de la vida de la gracia, brotada del pecho
desgarrado de su Jesús y de su corazón de Madre, traspasado por la espada del
dolor.
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