Y esa lágrima parece decir; ¡oh Madre mía! Decid qué deseáis; todo lo mío es también vuestro ¿Esta concedido; Jesús ha sido ganado! ¡Ha sido tocado en su punto flaco! Ahora pide; lo obtendrás todo, absolutamente todo lo que sea conforme a la gloria de Dios y no perjudique a tu salvación. ¿No es consoladora y confortante esa certeza de ser oído y esa seguridad de poder decir; yo puedo alcanzarlo todo de mi Divino Salvador y Él no me puede negar nada? Pruébalo, y experimentarás que no es ficción piadosa sino dulce realidad. En las penas, en las tentaciones, ve a Jesús con esta simple expresión: "Jesús, aquí tenéis a vuestra Madre!

lunes, 12 de febrero de 2018

EL AMOR DE MARÍA

Igualmente –comenta San Buenaventura- puede decirse que María amó tanto al mundo que le dio su Unigénito para que todos posean la vida eterna

Desde el momento en que fue constituida Madre del Salvador, nos amó tanto María Santísima –dice San Bernardino de Sena- y se entregó con tanta generosidad a procurarnos nuestra salvación, que “desde entonces nos llevó en su seno como amorosísima madre”. Pero lo mismo que la obra redentora de Jesús, comenzada en la Encarnación, se consumó en el Calvario, donde nos mereció con su muerte la gracia, así la maternidad de María en orden a nosotros, había de cumplirse y consumarse al pie de la Cruz. Mientras Jesús muere entre los más crueles tormentos, su amorosísimo Corazón nos preparaba el regalo más precioso que podía hacernos. La cosa más querida que Jesús poseía sobre esta tierra era su Madre; pues fue, precisamente, su dulce Madre lo que Jesús nos dejó como herencia preciosísima: “He aquí a tu Madre” (Jn. 19, 27) dijo a Juan: y al entregar su Madre al apóstol San Juan, que en aquel momento representaba a la humanidad entera, las palabras de Jesús eran expresión solemne de aquella realidad inmensa que se había iniciado en el primer instante de su Encarnación en el seno de la Virgen y que ahora se cumplía y se completaba allí, bajo la Cruz: la maternidad espiritual de María sobre nosotros. Fue en aquel preciso instante cuando la Virgen, juntamente con Jesús, salvaba nuestras almas al ofrecer por ellas la Víctima Divina, que era suya, porque era su Hijo. Con aquella oblación María nos consiguió la vida de la gracia; María es por lo tanto verdaderamente la mujer que nos da la vida en el orden sobrenatural: es nuestra Madre.


“Tanto amó Dios al mundo, que le dio su Unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn. 3, 16), dice el Evangelista. Igualmente –comenta San Buenaventura- puede decirse que María amó tanto al mundo que le dio su Unigénito para que todos posean la vida eterna. A este precio, entregando su Hijo, la Virgen ha llegado a ser Madre nuestra, y nosotros hijos suyos. Con razón Ella que nos ha engendrado a tan caro precio, quiere que vivamos como verdaderos hijos suyos, dignos de la vida de la gracia, brotada del pecho desgarrado de su Jesús y de su corazón de Madre, traspasado por la espada del dolor. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.