Una revelación especial les
lleva a Belén, una estrella aparece en el Cielo y una inspiración suena en su
corazón y dóciles a este llamamiento, se ponen en camino. Mira qué docilidad y
qué prontitud en su obediencia. En seguida lo dejan todo, patria, casa,
familia, comodidades, por emprender un camino largo y sumamente penoso.
Humanamente esto es una locura. Convéncete de una vez que para el mundo y para
la prudencia de la carne, parecen locuras las cosas de Dios y, no obstante, tú
debes amar y buscar esas divinas locuras. Recuerda el momento de ocultarse la
estrella. ¡Qué dudas! ¡Qué vacilaciones! ¿Se habrían equivocado? ¿No sería
mejor volverse para atrás? Piensa qué hubiera sido de los Magos, si así lo
hubieran hecho. ¡Qué lástima! Estar a las puertas de conseguir su destino y al fin
de su viaje, volverse perdiéndolo todo. ¡Qué imagen más perfecta de tu
inconstancia! No olvides que solo el que persevera, triunfa y que la constancia
es distintivo del amor.
Mírales ya en Belén. El
triunfo es completo, la estrella vuelve y les guía hasta la misma cueva donde
está el Niño, Otra dificultad. Ellos, Reyes que buscan un Rey, ¿van ahora a
entrar en una cueva de animales? He aquí el mérito de la fe: no se guía por
apariencias y cree lo que no ve. A través de aquella pobreza, los Magos descubren
la Divinidad y la adoran.
Contémplales en el momento de
ofrecerle sus dones y medita en su significado. Aquí todo habla de sacrificio
todo nos anima a Él. Sacrificio por amor, que representa el oro. Sacrificio por
la oración, que simboliza el incienso. Sacrificio por la mortificación y
penitencia exterior, que significa la mirra. Solo por el sacrificio se
encuentra a Jesús. Solo el sacrificio es el don que agrada a Jesús.
Dice el Evangelio: “Y
encontraron al Niño con su Madre, María”. No despreciemos este detalle. Otra
vez tenemos que el Evangelio nos lo recuerda: “El Niño está con su Madre”.
María aquí aparece instruyendo a los gentiles por primera vez. Por Ella entran
los Magos y con Ella el mundo pagano, en el Cristianismo. A Ella debemos
nuestra fe. Aprendamos a adorar y a amar a Jesús, siempre en los brazos de su
Madre y por medio de Ella, ofrezcámosle hoy al Niño querido, nuestros dones y
nuestro corazón.
Pensemos que también para
nosotros hay una estrella, una vocación que hemos de seguir a pesar de todas
las dificultades, aunque llegue a ocultarse y no veamos el término a donde
vamos a parar. Seamos fieles en seguir esa vocación y constantes a toda prueba.
No desechemos ninguna inspiración del cielo, que tantos bienes nos puede traer.
En fin, veamos que para
nosotros hay también otra estrella que siempre luce y brilla, que nunca se
oculta y que si queremos, siempre la podemos seguir. Esta estrella es María,
nuestra Madre querida. Ella nos guiará y nos alentará en los momentos
difíciles. No tienes más que levantar los ojos y mirarla y siempre la verás
alumbrando los pasos de tu vida y guiando los movimientos de tu corazón: “Mira
la estrella siempre, invoca a María”, dice San Bernardo.
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