¡Estrella luminosísima!, que brillas en el cielo; ¡Reina de la gloria, Señora del mundo!, ninguna virgen llena de celestial virtud puede parangonarse con tu Virginal Belleza |
Te ruego, ¡Benignísima Madre de
Dios!, Virgen María, que te dignes manifestarme ahora y por siempre a mí, tu
pobre y débil servidor, tu misericordia y tu suavísima caridad, de las que estuviste
siempre colmada, y Tú me inocules en lo más profundo del corazón la dulzura que
atesoras en el pecho y guardas escondida en tu Sagrado Seno, para que yo pueda
amar con pureza e integridad de sentimiento, y alabarte con gran devoción y por
encima de todas las cosas a ti, Bendita Madre, y a tu Hijo unigénito y Señor
nuestro Jesucristo. Con lo cual yo recibiría un gran beneficio, porque durante
todos los días de mi vida en la tierra serviría con amor y fervor de espíritu a
ti y a tu único Hijo.
¡Virgen María, rosa de oro, toda
suave y bella!, ruego que lleguen a Ti mis oraciones, que elevo con
insistencia. Por medio de ellas yo golpeo a la puerta de tu morada en la casa
del Señor, confiado en tu generosa misericordia ahora y en cualquier momento de
tribulación, porque eres Madre de la misericordia y a través de Ti el pecador
alcanza la más grande esperanza de perdón. Pero tu bondad y tu piedad son
mayores de la que nosotros podemos pensar en la tierra, puesto que estás más
allá de toda alabanza y de la gloria de los santos, e incluso superas a los
ángeles en dulzura y mansedumbre, ¡Virgen Bienaventurada y Venerable Señora! Si
así no fuera, ¿cómo podría infundirse en los miserables y en los pecadores una
dulzura tan intensa en el consuelo, y cómo podría comunicarse tanta esperanza
de perdón? Por otra parte, Tú no podrías ser menos, ya que llevaste en tu seno
durante nueve meses a Jesucristo, fuente de infinita bondad.
Tú eres la honra del cielo, el
gozo y la dicha de todos los santos, la almohada revestida de oro del Santo de
los santos, el alborozo y la expectación de los Padres antiguos. Por tu
intermedio, ¡Madre bendita y Virgen elegida de singular manera!, a los que
piden la misericordia divina se les promete y concede el perdón de los pecados,
la gloria de los hijos de Dios y la bienaventuranza en el Reino de los cielos.
¡Estrella luminosísima!, que
brillas en el cielo; ¡Reina de la gloria, Señora del mundo!, ninguna virgen
llena de celestial virtud puede parangonarse con tu Virginal Belleza dado que, después
de tu único Hijo Jesús, eres la primera entre todos los santos y santas, como
asimismo la más noble criatura que Dios Padre previó antes de todos los siglos
y creó en la plenitud de los tiempos, para que fueses la Madre Virgen de tu
unigénito Hijo, dado a luz con estupendo gozo, inefable y eterno milagro, para
la salvación de todos los creyentes.
Que todo el género humano te alabe, glorifique, venere
en sumo grado y te ame íntimamente con máximo júbilo del corazón y con purísimo
afecto, a Ti, la más bella Reina de todas las vírgenes, ¡oh siempre Virgen
María!, constituida como medianera de todo el mundo y que toda criatura del
cielo y de la tierra, que Dios creó para alabanza y gloria de su altísimo
nombre, eleve hasta Ti, en acción de gracias, las más dulces melodías.
Del libro "Imitación de María"
del Beato Tomás de Kempis
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