Vos, ¡oh Madre de misericordia! ya que sois tan
poderosa ante Dios, libradme de todas las tentaciones o bien alcanzadme fuerzas
para vencerlas hasta la muerte
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¡Oh Inmaculada Virgen y Madre de Dios, Reina y Señora de
la gracia! Dignaos por caridad dar una compasiva mirada a este mundo perdido.
Reparad como todos han abandonado el camino que se dignó enseñarles vuestro
Santísimo Hijo; se han olvidado de sus santas leyes y se han pervertido tanto,
que se puede decir: “Non est qui faciat bonum, non est usque ad unum”. Se ha
extinguido en ellos la santa virtud de la fe, de suerte que apenas se encuentra
sobre la tierra. ¡Ay! Extinguida esta divina luz, todo es obscuridad y
tinieblas, y no saben donde caen. Sin embargo, agolpados van con paso
apresurado por el ancho camino que les conduce a la eterna perdición. ¿Y
queréis Vos, Madre mía, que yo, siendo un hermano de estos infelices, mire con
indiferencia su total ruina? ¡Ah no! Ni el amor que tengo a Dios ni el que
tengo al prójimo lo pueden tolerar. […] ¿Cómo tendré caridad, si, sabiendo que
los carnívoros lobos están degollando a las ovejas de mi amo, callo? ¡Ah!, no
es posible callar, Madre mía, en tales ocasiones; no, no callaré, aunque
supiera que de mí han de hacer pedazos; no quiero callar; llamaré, gritaré,
daré voces al cielo y la tierra a fin de que se remedie tan gran mal; no
callaré; y si de tanto gritar se vuelven roncas o mudas mis fauces, levantaré
las manos al cielo, se espeluznarán mis cabellos, y los golpes que con los pies
daré en el suelo suplirán la falta de mi lengua.
San Antonio María Claret
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