Y esa lágrima parece decir; ¡oh Madre mía! Decid qué deseáis; todo lo mío es también vuestro ¿Esta concedido; Jesús ha sido ganado! ¡Ha sido tocado en su punto flaco! Ahora pide; lo obtendrás todo, absolutamente todo lo que sea conforme a la gloria de Dios y no perjudique a tu salvación. ¿No es consoladora y confortante esa certeza de ser oído y esa seguridad de poder decir; yo puedo alcanzarlo todo de mi Divino Salvador y Él no me puede negar nada? Pruébalo, y experimentarás que no es ficción piadosa sino dulce realidad. En las penas, en las tentaciones, ve a Jesús con esta simple expresión: "Jesús, aquí tenéis a vuestra Madre!

domingo, 22 de enero de 2017

ORACIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA PARA LA HORA DE LA MUERTE

“A todos los que piadosamente me sirven les asisto fidelísimamente, como Madre Piadosísima, les consuelo y amparo”

¡Oh Dulcísima Madre! ¿Cuál era la muerte de este miserable pecador? Cuando pienso en el último instante de mi vida y en aquel tribunal estrecha cuenta que me aguarda; cuando reflexiono que con mis pecados tengo merecida sentencia de condenación, me lleno de espanto.

En la sangre de mi Redentor y en vuestra intercesión poderosa pongo toda mi esperanza. 

Aunque sois Reina del Cielo, Señora del mundo y Madre de Dios, que es de todas la mayor dignidad, tanta grandeza no os aleja de nosotros, antes bien, os inclina más a tener compasión de nuestra miseria, porque Vos no hacéis como los amigos del mundo, que si los levanta la fortuna, se olvidan de lo que fueron y no se dignan mirar siquiera a sus amigos antiguos caídos en desgracia. 

Vuestro noble Corazón, al contrario, donde ve mayor necesidad, allí acude más pronto.


Luego que os invocamos, y aun antes, venís. Nos consoláis en nuestras aflicciones, disipáis las tempestades, vencéis a nuestros enemigos, y en toda ocasión procuráis nuestro bien.

Sea para siempre bendita la mano divina que en Vos ha juntado tanta majestad y ternura, tanta grandeza y amor. Doy al Señor gracias porque en vuestra felicidad consiste la mía, y de vuestra suerte pende mi suerte.

¡Oh Consoladora de los afligidos! Consolad a uno que viene a buscaros. Los remordimientos me atormentan, así por los muchos pecados que cometí como por saber si los he ya llorado debidamente. Veo que todas mis obras han sido malas, que los enemigos infernales esperan mi muerte para acusarme y que la divina Justicia, ofendida, pide satisfacción.

¡Ay, Madre amorosa! ¿Qué ha de ser de mí? Si Vos no me amparáis me doy por perdido. ¿Qué decís? ¿Qué me protegeréis? Decid que sí, Virgen piadosísima, y alcanzadme un verdadero dolor de mis pecados, gracia para enmendarme y firmeza en el servicio del Señor los pocos días que me quedan de vida. 

Y cuando llegue la hora de la muerte y me veáis en aquellas angustias, no me abandonéis, Esperanza mía, sino ayudadme entonces mucho más para que no desespere, acordándome de la multitud y gravedad de mis pecados y viendo a mis enemigos en orden de batalla para acometerme.


Más os quiero pedir, y perdonad mi atrevimiento: Venid Vos en persona a consolarme con vuestra presencia. Este favor, que a tantos habéis hecho, yo también lo reclamo.

Si es grande mi audacia, mayor es vuestra bondad. Madre sois, y siempre buscáis a los más necesitados para llenarlos de consuelo. En Vos confío. 

Sea gloria vuestra el haber salvado a un infeliz merecedor del eterno castigo haberle abierto las puertas del reino celestial, donde, al veros, correré a vuestros pies para adoraros, rendiros gracias, bendeciros y amaros por toda la eternidad. Amén.


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