¡Oh clementísima!, ¡oh dulcísima Virgen María!, ¡oh Madre amabilísima!, qué aliento, confianza y alegría siente mi alma en nombraros y aun solamente en acordarme de Vos |
¡Madre de Dios y Madre mía!, aunque mi lengua inmunda es
indigna de nombraros, Vos, que me amáis y deseáis mi salvación, me habéis de
conceder el que pueda invocar en mi favor vuestro Santísimo y Poderosísimo Nombre,
de gracia y salud en vida y muerte.
¡Oh Virgen Purísima!, ¡oh Madre Amorosísima!, ¡oh María!,
sea para mí en adelante vuestro Santo Nombre escudo y defensa, concediéndome
que en todas mis tentaciones, necesidades y peligros, y con especialidad a la
hora de la muerte, clame sin cesar: «¡María, María!», para tener así la suerte
de acabar la vida felizmente y veros y bendeciros en el Cielo por toda la
eternidad. ¡Oh clementísima!, ¡oh dulcísima Virgen María!, ¡oh Madre
amabilísima!, qué aliento, confianza y alegría siente mi alma en nombraros y
aun solamente en acordarme de Vos. Doy gracias a Dios de haberos dado, para mi
bien, un nombre tan dulce, un nombre tan amable y tan poderoso.
Mas no me satisfago con que mis labios le pronuncien,
sino que además quiero nombraros por amor y con amor; quiero que el amor me
recuerde a cada hora tan hermoso Nombre; quiero poner todo mi amor en él.
¡Oh María, oh Jesús! Vivan únicamente vuestros dulcísimos
nombres en mi memoria y en la de mis prójimos, olvidando cómo se llaman las
criaturas para no tener otros en el corazón y la boca que los nombres adorables
de Jesús y María.
¡Jesús amantísimo, Redentor mío!, ¡Madre amorosísima!, ¡Madre
de mi alma!, por vuestros merecimientos os pido, como gracia especial, que a la
hora de mi muerte las últimas palabras que articule sean decir:
¡Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía!
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