Dame tu mano, María, la de las tocas moradas; clávame tus
siete espadas en esta carne baldía.
Quiero ir contigo en la impía tarde negra y amarilla.
Aquí, en mi torpe mejilla, quiero ver si se retrata esa
lividez de plata, esa lágrima que brilla.
¿Dónde está ya el mediodía luminoso en que Gabriel, desde
el marco del dintel, te saludó: "Ave, María"? Virgen ya de la agonía,
tu Hijo es el que cruza ahí.
Déjame hacer junto a ti este augusto itinerario.
Para ir al monte Calvario cítame en Getsemaní.
A ti doncella graciosa, hoy maestra de dolores, playa de
los pecadores, nido en que el alma reposa, a ti te ofrezco, pulcra rosa, las
jornadas de esta vía.
A ti, Madre, a quién quería cumplir mi humilde promesa.
A ti, celestial princesa, Virgen sagrada María. Amén.
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