Tu natividad, ¡oh Virgen Madre de Dios!, anuncio la
alegría al mundo entero; porque de Ti salió el Sol de justicia, Cristo nuestro
Dios
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Cuando en el mar de este mundo me siento juguete de las
borrascas y tempestades, tengo los ojos fijos en ti, ¡oh María!, fúlgida
estrella, para no ser sumergido por las olas.
Cuando se levantan los vientos de las tentaciones, cuando
encallo en la escollera de las tribulaciones. Pongo en ti mis ojos y te invoco ¡oh
María! Cuando me agitan las olas de la soberbia, de la ambición, de la
maledicencia y de la envidia, pongo en ti mis ojos y te invoco, ¡oh María!
Cuando la cólera o la avaricia o las seducciones de la carne azotan la frágil
barquilla de mi alma, siempre miro a ti, ¡oh María! Y si, turbado por la
enormidad de las culpas, confundido por la fealdad de mí conciencia, aterrado
por la severidad del juicio. Me sintiese arrastrado al vórtice de la tristeza,
al abismo de la desesperación, elevaría aun a ti los ojos, invocándote siempre,
¡oh María!
En los peligros, en las angustias, en las perplejidades
siempre pensare en ti, ¡oh María!, siempre te invocaré. No te apartes, ¡oh
María!, de mi boca, no te apartes de mi corazón; para obtener el apoyo de tus
plegarias, haz que no pierda nunca de vista los ejemplos de tu vida.
Siguiéndote, ¡oh María!, no me extravío, pensando en ti no yerro, si tú me
sostienes no caigo, si tú me proteges no tengo que temer, si tú me acompañas no
me fatigo, si tú me eres propicia llegaré al término
San Bernardo
La natividad de María es el preludio de la natividad de
Jesús, porque precisamente en aquella tiene su primer principio la realización
del gran misterio del Hijo de Dios hecho hombre para salvación de la humanidad
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