Virgen Inmaculada,
Mujer vestida de sol,
Madre de Dios y Madre nuestra,
confiadamente acudimos a Ti
y llamamos a las puertas de tu Corazón Inmaculado
para que escuches el clamor de tus hijos.
Tú eres la Reina Soberana del cielo y de la tierra.
En tus manos ha puesto el Señor el cetro real
para que pises la cabeza de la serpiente infernal,
para que te obedezcan las legiones angélicas
y para que con amor de Madre ampares
y protejas a los redimidos por la Cruz
y por la Sangre de tu Divino Hijo.
En esta hora de tribulación,
en la que millones de cristianos
viven bajo el terror de la persecución,
de la violencia y hasta del martirio,
vuelve hacia nosotros esos tus ojos misericordiosos.
Fortalece la fe de los cristianos perseguidos.
Sostenlos en la lucha y confórtalos en la prueba.
Ampáralos en la calamidad y consuélalos
en todos sus sufrimientos.
Haz que su sangre y su dolor sea semilla de nuevos
cristianos,
y que su pasión, unida a la Pasión de Cristo,
contribuya a la salvación de los pobres pecadores,
y a que los infieles se conviertan a la santa fe
cristiana.
Detén con tus manos maternales a los violentos
para que la paz reine en los corazones
y entre todos los pueblos.
¡Oh clementísima, oh piadosa,
oh Dulce Virgen María!
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