¡Oh Corazón adorable de María!, alcanzadme la gracia de que,
meditando constantemente la ley santa de Dios, procure imitaros en el fervoroso
ejercicio de las cristianas virtudes
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Oh Corazón de María, Madre de Dios y Madre nuestra; Corazón
amabilísimo, objeto de las placencías de la adorable Trinidad y digno de toda
veneración y ternura de los Ángeles y de los hombres; Corazón el más semejante
al de Jesús, del cual sois la más perfecta imagen; Corazón lleno de bondad y
tan compasivo con nuestras miserias, dignaos romper el hielo de nuestros
corazones y haced que se vuelvan enteramente al del Divino Salvador. Infundid
en ellos el amor de vuestras virtudes; inflamadlos en aquel bendito fuego en
que ardéis continuamente. Cobijad en Vos la Santa Iglesia ;
guardadla y sed siempre se dulce asilo y su torre inexorable contra todos los
ataques de sus enemigos. Sed nuestro camino para ir hacia Jesús, y el canal por
donde recibimos todas las gracias necesarias para salvarnos. Sed nuestro
auxilio en las necesidades, nuestro alivio en las aflicciones, nuestro aliento
en las tentaciones, nuestro refugio en las persecuciones, nuestra ayuda en
todos los peligros, pero especialmente en el último combate de nuestra vida, en
la hora de la muerte, cuando todo el infierno se desencadenará contra nosotros,
para arrebatar nuestra alma, en aquel formidable momento, en aquel trance terrible,
del cual depende nuestra eternidad. ¡Ah!, entonces, ¡oh Virgen piadosísima!,
haced que sintamos la dulzura de Vuestro Corazón maternal y la fuerza de
vuestro poder ante Jesús, abriendo en la fuente misma de la misericordia un
seguro refugio, desde donde podamos llegar a bendecir, con Vos, en el paraíso,
por los siglos de los siglos. Así sea.
Indulgencia de quinientos días.
Indulgencia plenaria, en las condiciones de costumbre, si se
reza devotamente esta oración, durante un mes entero, todos los días. (S.C.
Pen. Ap., 15 sept. 1934)
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