Béata es, Virgo María, quae ómnium portásti Creatorem
Fue en el Concilio de Éfeso, del año 431, donde de proclamó
el dogma de la maternidad divina de la Santísima Virgen.
María es la madre de Jesús; el Hijo de Dios verdaderamente ha tomado de ella su
carne, y realmente Él es su Hijo. Esta fiesta de la maternidad que ahora
celebramos la instituyó el Papa Pío XI en 1931, con ocasión de XV centenario
del gran Concilio.
La Iglesia,
que asocia tan íntimamente a la Santísima
Virgen a toda la obra de nuestra redención, ha ensalzado
siempre la divina maternidad de la Virgen
María. Recalca sin cesar su admiración por el misterio de la Encarnación que en
Ella se ha obrado y su alegría por el mensaje de salvación que, al darnos a su
Hijo, nos trajo al mundo. Y al invitarnos a venerar así a la Madre del Salvador, pretende
la Iglesia
despertar en nuestras almas un amor filiar hacia la que se ha convertido, en la
vida de la gracia, en nuestra propia madre, dándonos al Autor de la Vida. “Cuantos estamos
unidos a Cristo y somos miembros de su Cuerpo …, todos hemos salido del seno de
María como un cuerpo unido a su cabeza. Ella es la madre de todos nosotros;
madre espiritual, pero verdaderamente madre de los miembros de Cristo” (Pío X,
Encíclica “Ad diem illum”)
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