"La imagen de María, inclinada por el sufrimiento en el Calvario, nos enseña, que en la tierra el sufrimiento es la hermana gemela del amor"
Quien ama a María debe
recordar también sus dolores, pues son, por así decirlo, dolores de parto por
los que nos dio la gracia de la vida sobrenatural. En el Antiguo Testamento,
antes de su muerte, Tobías le dio a su hijo el siguiente consejo, que nosotros
también deberíamos tener en cuenta: "Honra
a tu madre todos los días de su vida, pues sé consciente de las aflicciones que
sufrió por ti" Las mismas palabras nos fueron dirigidas por Cristo
cuando habló desde la cruz: “¡He aquí tu
Madre!” El gran dolor, que sufrió por nosotros especialmente bajo la cruz,
merece nuestra simpatía y reconocimiento. María Santísima dijo una vez a Santa
Brígida de Suecia: "Mire a los hijos
de los hombres para ver si alguien siente compasión por mí, pero oh, veo a muy
pocos. Si tantos me olvidan, al menos tú, hija mía, no me olvides. Considera lo
mucho que he sufrido"
El aspecto principal y que hay
que destacar aquí es claramente su compasión durante la Pasión y especialmente
bajo la Cruz: Aquí la Madre de Dios se convierte en Corredentora y Reina de los
mártires, aquí da a luz espiritualmente a sus hijos.
Aunque María Santísima
permaneció ilesa en su cuerpo, es sin embargo venerada como Reina de los
Mártires. Su dolor en la Pasión consistía en su compasión por el Salvador, que
era una compasión del más alto grado, por lo que naturalmente habría muerto.
Como su amor por Jesús era indeciblemente grande, también lo era su compasión.
Mientras que los mártires se sienten reconfortados por la íntima unión con
Jesús durante su sufrimiento, para María esta misma unión se convirtió en la
fuente de sufrimiento: Fue precisamente la contemplación de su Hijo en la cruz
lo que le causó mayor dolor. Esta mirada de una madre a su tan amable y único
Hijo, al que dedicó toda su vida; la mirada de la Inmaculada sobre su Dios, a
quien había prometido su "Fiat"
y se había entregado en amor virginal desde su nacimiento.
¿Puede imaginarse un amor más
grande en la tierra? Fue la voluntad de Dios que se convirtiera en la
Corredentora bajo la Cruz, para que se convirtiera en nuestra Madre,
consoladora de los afligidos, auxilio de los cristianos y refugio de los
pecadores. Su unión con la pasión de Cristo era tan íntima que San Alfonso
dice: "Dos colgados en una
cruz"
Bendíceme, Madre, y ruega por
mí sin cesar. Aleja de mí, hoy y siempre, el pecado. Si tropiezo, tiende tu
mano hacia mí. Si cien veces caigo, cien veces levántame. Si yo te olvido, Tú
no te olvides de mí. Si me dejas, Madre, ¿qué será de mí? En los peligros del
mundo, asísteme. Bajo tu manto quiero vivir y morir. Quiero que mi vida te haga
sonreír. Mírame con compasión, no me dejes, ¡Madre mía! Y al fin, sal a
recibirme y llévame junto a Ti. Tu bendición me acompañe hoy y siempre. Amén.
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