María adoraba a Jesús Sacramentado
con el amor más ardiente y puro.- Después
de abismarse en la consideración de la grandeza y de la majestad divina,
levantaba los ojos hacia ese Tabor de amor, para contemplar su hermosura y
bondad inefables en el acto soberano de la Eucaristía. Ella sabía muy bien los
combates y los sacrificios que esta dádiva costó a su hijo y había compartido
las ansias de su corazón en la última cena. ¡Oh, qué contenta se vio cuando le
reveló Jesús que había llegado por fin la hora del triunfo de su amor, que iba
a instituir el adorable sacramento por cuyo medio sobreviviría perpetuamente en
la tierra y podrían todos, compartiendo la felicidad de la Madre de Dios,
recibir como ella su cuerpo, verle en alguna manera y disfrutar, merced al
estado sacramental, de todas las gracias y de todas las virtudes de los
misterios de su vida pasada; que una vez dada la Eucaristía, Dios ya no tendría
nada más que dar al hombre fuera del cielo! Al oír esto se echó María a los
pies de Jesús, bendiciéndole efusivamente por tanto amor a los hombres y a
ella, indigna sierva suya. Se ofreció para servirle en su adorable Sacramento y
consintió que se aplazara la hora del galardón para que siguiera siendo
adoradora en la tierra y le guardara y le amara y muriera luego junto al divino
sagrario.
Pues en las adoraciones del cenáculo, María reavivaba cada día estos
mismos sentimientos. A la vista de Dios anonadado por ella hasta las
apariencias de pan, prorrumpía en transportes de gratitud. Alababa con toda su
alma esa bondad que excede a toda alabanza, y bendecía y glorificaba al corazón
sagrado que inventara y realizara la maravilla del amor divino. Deshacíase en
perpetuos hacimientos de gracias por esta dádiva que excede a toda dádiva, por
esta gracia manantial de toda gracia. Abrasábase de puro amor ante la Hostia
santa y no pocas veces arrasábansele los ojos de ternura y gozo. No podía su
corazón contener el ardor de sus sentimientos por Jesús y hubiera querido morir
y consumirse de amor a sus pies.
María se ofrecía entera al
servicio de amor de Dios sacramentado.- Porque no pone condiciones ni reservas el amor perfecto, ni piensa en
sí, ni vive para sí, sino que es extraño a sí mismo para no vivir más que para
Dios, a quien ama de todo corazón. María lo ordenaba todo al servicio
eucarístico de Jesús como hacia su centro y a su fin. Una corriente de gracias
se establecía entre el corazón de Jesús sacramentado y el corazón de María
adoradora, produciendo como dos llamas que se unían en un mismo centro. En
verdad que fue Dios entonces perfectamente glorificado por su criatura.
A imitación de María, póngase también el adorador de hinojos en el templo
con el respeto más profundo. Recójase como María póngase a su lado para adorar.
Vaya ante nuestro Señor con aquella modestia, con aquel recogimiento interior y
exterior, que maravillosamente preparan al alma al oficio angelical de la
adoración.
Adore a Jesús debajo de las especies eucarísticas con la fe de María y de
la Santa Iglesia, dos madres que nos ha dado el amor del Salvador. Adore a Dios
como si lo viera y le oyera, pues una fe viva ve, oye, toca, abraza, con mayor
certidumbre que la de los sentidos.
Para apreciar bien el don de la adorable Eucaristía contemple a menudo,
como María, los sacrificios que exigió el amor de Nuestro Señor. La vista de
estos combates y de esa victoria le dirá la gratitud que debe a un Dios tan
bueno. Alabe, bendiga, ensalce la grandeza, la bondad, el triunfo del amor al
instituir la santísima Eucaristía como memorial siempre vivo, como don de sí
que siempre resulta nuevo.
Y en esto se ofrecerá como María su divina madre de todo corazón a Jesús
para adorarle, amarle y servirle como pago de tanto amor. Se consagrará a
honrar el estado sacramental del Salvador, copiando en su vida las virtudes que
Jesús continúa y glorifica en ella de modo admirable. Honra esa humildad tan
profunda que llega hasta anonadarse enteramente debajo de las Santas Especies;
esa abnegación de su gloria y de su libertad que le hace prisionero del hombre,
esa obediencia que le hace servidor de todos. En estos obsequios tomará a María
como modelo y protectora. La honrará y amará como reina del cenáculo y madre de
los adoradores, títulos que ella estima muchísimo y que son gloriosos para
Jesús.
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