¡Oh María!, si Tú no hubieras sido tan humilde, no habría descendido sobre Ti el Espíritu Santo |
¡Oh Madre humildísima! Hazme
humilde, para que el Señor se complazca en fijar sus ojos sobre en mí. Nada hay
en mi alma que pueda fascinar la mirada de Dios: nada de sublime, nada digno de
sus complacencias, nada verdaderamente bueno y virtuoso. Y si algo hubiese
digno de Dios, está mezclado con tantas miserias, es tan débil y deficiente que
no merece el nombre de virtud. Entonces, Señor, ¿qué es lo que podrá atraer tu
gracia sobre mi pobre alma? ¿En quién se posan tus miradas, sino en los
humildes y en los hombres de corazón contrito? (Is. 66, 2) ¡Oh Señor, que sea ya humilde! Hacedme humilde por los
méritos de tu humildísima Madre.
¡Oh María!, si Tú no hubieras
sido tan humilde, no habría descendido sobre Ti el Espíritu Santo y no habrías
llegado a ser Madre… (San Bernardo)
Del mismo modo, si yo no soy humilde, el Señor no me dará la gracia, el Espíritu
Santo no descenderá sobre mí, y mi vida será estéril e infecunda. Haz, ¡oh
Virgen Santa!, que tu humildad, tan agradable a los ojos de Dios, me alcance el
perdón de mi orgullo y me conceda un corazón verdaderamente humilde.
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