Y esa lágrima parece decir; ¡oh Madre mía! Decid qué deseáis; todo lo mío es también vuestro ¿Esta concedido; Jesús ha sido ganado! ¡Ha sido tocado en su punto flaco! Ahora pide; lo obtendrás todo, absolutamente todo lo que sea conforme a la gloria de Dios y no perjudique a tu salvación. ¿No es consoladora y confortante esa certeza de ser oído y esa seguridad de poder decir; yo puedo alcanzarlo todo de mi Divino Salvador y Él no me puede negar nada? Pruébalo, y experimentarás que no es ficción piadosa sino dulce realidad. En las penas, en las tentaciones, ve a Jesús con esta simple expresión: "Jesús, aquí tenéis a vuestra Madre!

viernes, 15 de abril de 2016

LA ESCLAVA DEL SEÑOR

¡Oh María, que te reconociste esclava del Señor! Enséñame a consagrar mi vida y mis fuerzas al servicio de Dios
María vivió la filiación divina con un sentido profundísimo de humilde dependencia, de amorosa conformidad con todas las manifestaciones de la voluntad divina; esto es lo que nos refleja hermosamente la respuesta de María al mensaje del Ángel: “He aquí la esclava del Señor… (Lc. 1, 38) Aunque Dios la haya elevado a tan alta dignidad “ la más grande de que se pueda pensar después de la de Dios” (Pío XII), María consciente de su posición de criatura en orden al Creador, no encuentra nada más propio para sintetizar y expresar sus relaciones con el Señor que declararse su “ esclava”, palabra que expresa magníficamente la actitud interior de la Virgen para con Dios; una actitud no transitoria, sino permanente y habitual en todos los momentos y acciones de su vida, semejante a la de Jesús, que, al entrar en este mundo, dijo: “Heme aquí que vengo para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad” (Heb. 10, 7) Del mismo modo María, que había de ser la imagen más fiel de Cristo, se ofrece a la voluntad del Padre Celestial, diciendo: “He aquí la esclava del Señor; se cumpla en mí según tu palabra” Fiel a su ofrecimiento, María aceptará incondicionalmente cualquier deseo manifiesto de la voluntad divina; más, cualquier circunstancia que Dios disponga: aceptará el largo y molesto viaje que la llevará lejos de su casa, precisamente en los días en que había de dar a luz al Hijo de Dios, aceptará el humilde y pobre albergue de un establo; la fuga a Egipto en medio de la noche, las dificultades y molestias del destierro, el trabajo y las fatigas de una vida pobre, la separación del Hijo que la abandona para cumplir su misión apostólica, las persecuciones e injurias que sufrirá su Jesús, tan dolorosas para su Corazón de Madre; aceptará finalmente la vergüenza de la Pasión y del Calvario, la muerte de su amado Hijo. Estamos ciertos de que en toda circunstancia, en todo momento, las disposiciones interiores de María eran las mismas del día de la Anunciación: “He aquí la esclava del Señor” Este es el ejemplo y la lección que nos de María: una dependencia humilde de Dios, una fidelidad absoluta a su voluntad, y una perseverancia invencible en la vocación, a pesar de la dificultades y sacrificios que podados encontrar en nuestro camino. 




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