Turris Davídica, ora pro nobis!
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Vi un cuadro maravilloso: Era Dios, que después de la caída
del hombre, mostraba a los ángeles cómo quería regenerar al linaje humano. A primera vista no comprendí ese cuadro, pero pronto
se me esclareció.
Vi el trono de Dios, la
Santísima Trinidad y como un movimiento en Ella. Vi los nueve coros de ángeles a quienes Dios anunciaba
de qué manera iba a reparar a la humanidad ya caída. A este anuncio, vi un gozo indecible entre los
ángeles.
El desarrollo de los designios de la Misericordia de Dios sobre
el hombre fue mostrado en diversos cuadros simbólicos. Vi aparecer esos cuadros en medio de los nueve
coros angélicos y enlazarse unos con otros
como una historia. Vi a los ángeles cooperar en esos
cuadros, protegerlos y defenderlos. No puedo referir con exactitud la serie y encadenamiento
de esos cuadros; pero con el auxilio de Dios
diré aquello de que me acuerdo:
Vi ante el trono de Dios una montaña de piedras preciosas; crecía
y se desarrollaba sin cesar y tenía gradas y se asemejaba a un trono y luego tomaba
figura de una torre. En esta forma,
encerraba todos los tesoros espirituales, todos los dones
de la Gracia. Los nueve coros de ángeles la rodeaban. A uno de
los costados de la torre vi, como sobre un pequeño ribete formado por una nube dorada,
aparecer cepas de vid y espigas de trigo que se entrelazaban como entre los
dedos de ambas manos juntas.
Vi presentarse en el cielo una figura semejante a una
Virgen que entró en la torre y se hizo una misma cosa con ella. La torre era muy alta y plana en la cumbre; me
pareció que por el envés tenía una abertura por la cual entró la Virgen. No era ésta la Virgen María en el tiempo, sino
la Virgen María en la eternidad, en Dios. Vi producirse su aparición ante La Santísima
Trinidad del mismo modo que el aliento de la boca se condensa en sutil vapor. Vi también salir de La Santísima Trinidad una figura
hacia la torre. En ese momento, apareció
en medio de los coros como un tabernáculo del Santo Sacramento. Parecía que todos los ángeles trabajaban en él
y tenía la forma de una torre rodeada de
imágenes simbólicas de toda clase. A sus
lados había dos figuras que extendían las manos detrás de él. Este vaso
espiritual parecía crecer continuamente y cada vez se hacía más rico y más magnífico. Entonces vi salir de Dios cierta cosa y pasar por entre los nueve coros de ángeles,
esto se pareció semejante a una nube luminosa que se distinguía más y más a medida
que se acercaba a ese tabernáculo de santidad al cual entró finalmente.
En cuanto puedo comprenderlo, era esto una bendición substancial
de Dios relativa a la continuidad de una línea pura y sin pecado, o por decirlo así, a la producción de puros renuevos.
Vi en fin esta bendición en forma de haba brillante entrar en el tabernáculo,
después de lo cual, éste se perdió en la torre.
Beata Ana Catalina Emmerich
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