Cuanto alivio siento en mis miserias
y cuanto consuelo en mis tribulaciones y qué esfuerzo recibo en la tentación no
bien pienso en Ti e imploro tu socorro, ¡dulcísima Madre María! Razón tenéis,
santos del cielo, en llamar a la Virgen “puerto de atribulados” -como san
Efrén-; “alivio de nuestras miserias y consuelo de los desgraciados” -como san
Buenaventura-; “remedio de nuestro llanto” -como san Germán. Consuélame, ¡Madre
mía!, pues me veo lleno de pecados, cercado de enemigos, tibio en el amor de
Dios. Consuélame, pero que la consolación que me des sea el hacerme empezar una
vida nueva que verdaderamente agrade a tu Hijo y a Ti.
Conviérteme, transfórmame, Madre mía, que Tú puedes hacerlo.
ORACIÓN
¡Inmaculada Virgen y Madre mía
Santísima! A Ti, que eres la “Madre de mi Señor”, la Reina del mundo, la
abogada, la esperanza y el refugio de los pecadores, acudo en este día yo que
soy el más necesitado de todos. Te alabo, Madre de Dios y te agradezco todas
las gracias que hasta ahora me has hecho, especialmente la de haberme librado
del infierno que tantas veces he merecido. Te amo, Señora y Madre mía, y
por el amor que te tengo te prometo servirte siempre y hacer todo lo posible
para que seas también amada de los demás. En Ti pongo mi esperanza y mi eterna
salvación. Madre de misericordia, acéptame por tu hijo y acógeme bajo tu
manto, y ya que eres tan poderosa ante Dios, líbrame de las tentaciones y dame
fuerza para vencerlas hasta la muerte. Te pido el verdadero amor a Jesucristo.
De Ti espero la gracia de una buena muerte. ¡Madre mía!, por el amor que
tienes a Dios, te ruego que siempre me ayudes, pero mucho más en el último momento
de mi vida. No me desampares mientras no me veas a tu lado en el cielo,
bendiciéndote y cantando tus misericordias por toda la eternidad. Amén.
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